Jorge Leiva
Santos Chávez, cuyo nombre coincide con el de un destacado pintor y grabador chileno de origen mapuche fallecido el 2001, es el quinto hijo de una familia de seis hermanos. Admirador y fan de Zalo Reyes, los primeros pasos musicales los dio en micros junto a algunos de sus hermanos, con quienes ganó distintos festivales de barrio, entre ellos el Festival Víctor Jara en 1990. En esos años, trabajó como niño cantante en locales nocturnos, intentando inútilmente llegar a la televisión o a grabar un disco. Los rigores de la vida bohemia y la falta de otros espacios para continuar en el oficio lo llevaron a retirarse de la música en 1991, cuando ya tenía diecisiete años.
Un obrero de la canción
Después de trabajar como obrero especializado en la instalación de ventanas, Santos Chávez regresó a la música en 1995, luego de telonear a Zalo Reyes en un concierto en el norte del país. Los buenos resultados de su actuación lo llevaron a volver a los escenarios de ataño, y se convirtió en cantante estable del restaurante de parrilladas Las Chacras, de calle San Diego. De ahí, Santos Chávez pasó por distintos locales similares, en Estación Central, Conchalí y el centro de Santiago, hasta que en 1997 incorporó a sus circuitos la discotheque Cover de Avenida Matta.
Fue allí donde su imagen comenzó a despertar mayor fervor, cuando su show fue puesto al medio de los días femeninos del local. Ante más de mil mujeres en una disposición de bastante entusiasmo, Santos Chávez fue imponiendo su forma de cantar, fortaleció su oficio escénico y fue ganando un nombre que lo llevó a dar pequeñas actuaciones en televisión a fines de los '90.
En 1999 pudo, entonces, por fin grabar un disco, cuyo tema central, "Mi vida", del compositor Francisco Peña, se convirtió en un hit radial, sobre todo en las emisoras populares como Radio Corazón. Ese tema, que dio nombre al disco, más la canción española "Ramito de violetas" popularizada en Chile por Zalo Reyes, hicieron inevitables las comparaciones con el cantante de Conchalí, un factor que consolidó su carrera.
Orgulloso de su estilo, y sin complejos por ser tratado como "cantante cebolla", Santos Chávez alcanzó disco de oro en pleno inicio de la crisis discográfica, lo que llevó a su compañía a registrar un nuevo disco: Con el amor no se juega (2001). Allí incluyó un dueto con su ídolo Zalo Reyes en el tema "Amor sin trampas" y otro con el ex cantante del dúo La Sociedad, Daniel Guerrero, "Amores prohibidos", que le permitieron alcanzar nuevamente difusión televisiva y radial.
Tras la edición de un disco de éxitos en 2002, Santos Chávez fue perdiendo presencia mediática, pero no popularidad, pues desde entonces ha permanecido como número regular en sus escenarios de siempre, dentro y fuera de Santiago, en una trayectoria que han aplaudido públicamente artistas como el propio Zalo Reyes y Palmenia Pizarro. Desde esa plataforma, y con la producción del otro ex músico de La Sociedad Pablo Castro, lanzó a fines de 2005 su tercer álbum original, Un corazón herido, que lo llevó a nuevas giras por Chile y a iniciar una aventura en territorio mexicano, que lo tuvo varios meses actuando en escenarios aztecas.
Su regreso lo hizo con un nuevo disco, donde regraba sus grandes éxitos, incluído "Mi vida". Lanzado el 2008 con el título de A puertas cerradas, fue su cuarta producción de estudio, que el 2012 siguió con repertorio original en Distintos destinos, y luego por Salto al vacío, en cuya producción participó el reputado productor Cristián Zalles. El 2018 presentó un tributo a Zalo Reyes, Lágrimas de Santos y Reyes , subitulado como Ha pasado el tiempo.
Santos Chávez ha compartido, como invitado o en sus propios discos, con nombres como Mon Laferte (en su época de Monserrat Bustamante), Síndrome, Daniel Guerrero, Megapuesta o Carolina Molina. Siempre activo, dentro y fuera de Santiago, se mantiene entusiasta y con ideas en el oficio musical. Y lo toma con serenidad: "Yo solo quería grabar una canción. He conseguido mucho más de lo que soñé".
Actualizado el 28 de mayo de 2018