Iñigo Díaz
Nacido en Potrerillos, pequeño pueblo a 2.800 metros de altitud en la cordillera de Atacama, Enrique Díaz tuvo luego períodos de vida en El Salvador y La Serena. En toda esa primera época se impregnó de la cultura, los sonidos y la mística ancestral. En su adolescencia fue estudiante de la escuela de música creada por Jorge Peña Hen en La Serena, e incluso alcanzó a ver a su maestro días antes de ser detenido y asesinado por la Caravana de la Muerte en octubre de 1973.
En 1977 inició sus estudios académicos de contrabajo en la Universidad de Chile. Entre 1979 y 1981 fue primer contrabajo en la Orquesta Sinfónica Juvenil, y ese año pasó a integrar la Sinfónica de Chile, como tercer atril, donde permaneció hasta su viaje a la ciudad de Colonia en 1987. Además tuvo experiencias extraprogramáticas como contrabajista de fusión y de jazz. Entre 1984 y 1985 integró el pionero ensamble La Hebra, en paralelo a sus participaciones en jam sessions del Club de Jazz en los ’80, tocó con solistas como Waldo Cáceres, Roberto Lecaros, Marcos Aldana, Jaime O’Ryan, Alejandro Espinosa o Patricio Ramírez.
Contacto con la tierra: creación musical
Su tralado a Alemania multiplicaría las direcciones de su creatividad. Alumno de contrabajo clásico de Wolfgang Guetler en Colonia, tuvo acceso al sonido y la narrativa de contrabajistas modernos como el alemán Eberhard Weber, el estadounidense Charlie Haden y el noruego Arild Andersen, con quien Díaz tocó dúos de contrabajo en la Philharmonie Dusseldorf.
Su rergeso a las raíces latinoamericanas y sobre todo al espíritu del norte chileno fue parte del trabajo en que Díaz se concentró durante los años ’90 en Alemania. En 1988 pasó del contrabajo al bajo eléctrico fretless, influenciado por Ernesto Holman y actuó con otros chilenos en Alemania: el guiarrista Rodrigo Alvarado, el saxofonista Jorge Donoso y el percusionista Merly Donoso, así como el guitarrista Alberto Cumplido, a cuyo ensamble de fusión experimental Quarto Mundo se integró esporádicamente desde 1990.
Pero su vínculo con el trompetista alemán avant-garde Markus Stockhausen —hijo del compositor contemporáneo Karlheinz Stockhausen—, con quien desarrolló una serie de proyectos sobre el concepto de la “intuitive müsik”, fue determinante en su futuro. Sus discos Tocando la tierra (1992), Sol mestizo (1996) y Sin tiempo (1997), en colaboraciones diversas con Stockhausen marcaron ese derrotero, que se mantuvo vigente por los siguientes 25 años.
En 2001, Enrique Díaz desarralló el proyecto solístico de puesta en escena camerística que él llamó “Ethno jazz ritual”. Allí utilizaba instrumentos acústicos (contrabajo, quenas, zampoñas, cajón) y electrónicos (bajo fretless, teclados), además de bases programadas y loops que le permitieron crear una música abierta de fusión, que presentó en Alemania hasta 2006, cuando regresó a Chile como uno de los más múltiples músicos de la generación de los ’80.
Actualizado el 14 de mayo de 2022