Marisol García
Aunque el repertorio del Dúo Razzano —diferente al grupo The Razzanos, una suerte de ampliación del proyecto, que suma al bajista Felipe Moraga y el baterista Francisco Urzúa— saluda a tradiciones centenarias, extendidas en el gusto general como seña de identidad latinoamericana, algo en su dinámica y sonido impide asociarlo puramente a una sociedad típica de interpretación de canción romántica en castellano.
Está, primero, su conformación, que encuentra las generaciones de su cantante y guitarrista Carlos Muñoz con la de un guitarrista y arreglador tres décadas más joven, Juan Pablo Cabello (n. 1982). Está, también, la distante historia musical de cada uno hasta llegar a encontrarse. Si Muñoz es un guitarrista autodidacta que se fogueó en restaurantes y quintas de recreo, que llegó a ser parte (como guitarrista) del prestigioso ensamble Cámara Chile bajo la dirección de Mario Baeza, y ejerce hasta hoy la docencia en música; Cabello ha sido un músico particularmente inquieto, con estudios universitarios en composición, y que desarrolla desde muy joven canciones por encargo para cine y teatro, además de haber formado parte (por un breve tiempo) de Jiminelson y comandar al menos dos destacados proyectos de fusión, búsqueda sonora e historia: La Orquesta de la Memoria y Combo Ginebra.
No es extraño, por eso, que al grupo le acomode una definición de sonido que abarca varias décadas y orígenes, y que se acomoda por igual a códigos caseros —han cantado en bautizos, cumpleaños y matrimonios, cuentan— como a los del teatro. Los motiva el cruce de la tradición a claves de incorporación contemporánea y urbana, preservando en ello rasgos de empático sentimentalismo colectivo.
Rabia y calle
«Lo principal fue la rabia que yo vi en don Carlos: un hombre caminando con una guitarra y misterio, como con una nube negra encima suyo», es cómo Gypsy Cabello recordó en entrevista con radio Cooperativa la impresión que lo llevó a insistir en trabajar con quien conoció cantando a solas en la calle.
Las grabaciones del dúo combinan hasta ahora composiciones propias con estándares del cancionero romántico, en clásicos popularizados antes por gente como Lucho Gatica, Lucha Reyes, Jorge Farías y Los Ángeles Negros. Si su primer año de sociedad lo ocuparon tocando a cambio de propinas en el restaurante Santa Inés, de pronto el boca-a-boca los llevó a espacios como el Galpón Víctor Jara, la salsoteca Maestra Vida y el pub El Clan. El prestigio entre pares los tiene, en los últimos años, compartiendo escenario con gente como Chico Trujillo, Juana Fe, Santa Feria, Banda Conmoción y El Bloque Depresivo. No descuidan, sin embargo, presentaciones espontáneas y gratuitas en calles y espacios públicos.
Comentó sobre el dúo Fabio Salas en El Ciudadano: «No es cuestión de llegar y cantar tangos como “Nostalgias”, boleros como “La copa rota” o temas hispanos como “La malagueña” como si fueran simples canciones indistintas. Para entonar estos temas, que ya llevan casi un siglo de vida, hay que tener calle a cuestas, hay que haber bajado de la Plaza Italia al arrabal o bien, hay que haber pasado una infancia rodeado de música y de músicos populares que sólo se conocen en los barrios con identidad y arraigo popular. De otro modo se corre el riesgo de caer en el más espantoso de los ridículos».
«Esta música engancha porque la juventud también quiere interpretar sus sentimientos así como son: complejos y extremos —dice Cabello, sin temor alguno de que su trabajo pueda asociarse a la tradición chilena de canto cebolla—. Después de trabajar con el Carlos y entrar en la onda de los tangos, boleros o valses peruanos, me he dado cuenta que esas composiciones son bien punkies para hablar de amor real y duro: "No tengo plata, no tengo pega, pero aquí estoy, y te amo". Así es la cosa, y no tan linda como lo dicen las baladas».
Actualizado el 26 de diciembre de 2018