La fiesta no fue perfecta
Sorry, Perry, alguien tiene que decirlo: tres problemas empañaron la celebración en Lollapalooza.
viernes 17 de julio de 2015
Todo eran cuentas alegres y públicas hacia las nueve de la noche de ayer domingo 3 de abril entre los organizadores de la primera versión chilena del encuentro Lollapalooza. Tanto así que, en medio del show de su banda Jane's Addiction, el cantante Perry Farrell, inventor de este festival-símbolo del rock alternativo de los años '90 en EE.UU., hasta invitó al escenario a uno de los productores locales del espectáculo e hizo al público cantarle el cumpleaños feliz. Y sin desconocer los varios méritos de este estreno de Lollapalooza fuera de su país de origen, es justo señalar los problemas graves que perjudicaron a buena parte de los asistentes a ambas jornadas del festival.
Tres fueron esos problemas. En orden creciente: errores en la programación, la gruesa falla de cálculo en la elección de uno de los cinco escenarios y la sobrerreacción de los productores y la policía frente a esa falla. Y el resultado es uno solo: mucha gente que compró su entrada se quedó sin ver los espectáculos por los que pagó, a causa de los desaciertos de la organización. El primer error ya se adivinaba en el papel, literalmente: en la programación, tres números internacionales, el cantante folk Devendra Banhart, el grupo rockero Flaming Lips y la cantante Cat Power, fueron puestos al mismo tiempo en dos escenarios, decisión que frustró la posibilidad de ver los tres shows pese a que todos ellos estaban orientados con claridad al mismo segmento de audiencia.
Lo peor sin embargo estaba por venir. Uno de esos escenarios fue el de La Cúpula del Parque O'Higgins. Es un recinto con capacidad para dos mil a dos mil quinientas personas, según explicaron fuentes de la organización, y desde temprano en la primera jornada quedó claro que los responsables subestimaron la convocatoria de público de los músicos y grupos programados para ese recinto, porque las aglomeraciones dentro y fuera del lugar fueron constantes. Los primeros problemas se produjeron el sábado 2: muchas personas que compraron boletos para ver a músicos como Dënver o Ana Tijoux se quedaron fuera de La Cúpula ante el colapso de público.
El mismo colapso se volvió crisis el domingo 3. Advertida de la situación del día previo, a media tarde, después del show de Devendra Banhart, la policía intervino para desalojar por completo La Cúpula antes del concierto siguiente, vulnerando el derecho a permanecer en el lugar que los asistentes tenían por el simple hecho de haber pagado la entrada. Y luego vino el exceso. Superados por el propio desacierto de programar músicos de gran arrastre en un recinto insuficiente, los promotores tomaron la decisión de interrumpir el acceso de público para la actuación de Cat Power, que en definitiva terminó cantando más tarde de lo previsto y sobre todo ante el mustio espectáculo de un recinto con un tercio de su capacidad vacía, mientras afuera centenares de personas fueron prohibidas de entrar. Una ecuación en la que todos perdieron: los productores, los músicos y los que más importan, el público.
Sobre todo en comparación con feas máquinas de puro lucrar como el festival de rock "Maquinaria" en 2010, claro que hay aspectos positivos en esta primera versión de Lollapalooza. Y son la mayoría, partiendo por la elección de Santiago como primer satélite mundial del espectáculo: los precios fueron más razonables que el promedio de los shows internacionales en Chile, al igual que el cartel de atracciones extranjeras, la presencia de músicos chilenos fue considerable, hubo detalles como esos tanques de agua gratis para quienes no quisieran pagar mil pesos por una botella chica de mineral sin gas, y la línea editorial se ajustó a los principios de respeto a la diversidad y cuidado por el ecosistema propios de Lollapalooza desde su primera versión en EE.UU. Pero el debut en Chile también pasó por encima de los derechos de muchos consumidores. Es cierto que literalmente no cabía más gente en La Cúpula. Pero fue el público el que terminó por pagar, y también literalmente, es decir con el dinero de sus tickets, la culpa de los promotores. Y no se trata sólo de "aprender la lección" para un eventual "Lollapalooza 2" en Chile, sino de compensar a ese público perjudicado. Al menos varios asistentes ya protestaban y consideraban llevar el caso al Sernac mientras los carabineros los correteaban del lugar: un desalojo ilegal que amerita las reparaciones propias de cualquier comprador que no recibe a cambio de su dinero el producto por el que ha pagado caro.
Foto: facebook.com/lollapaloozachile (2011).