Juan Marino Cabello / Eva Martinic
En 1916 regresó a Valparaíso, hasta donde llevó un buen bagaje de conocimientos. Apenas sentó pie en el primer puerto compuso su tema "En las terrazas de las Torpederas", composición que dedicó a una joven que le quitaba el sueño. Los que han oído esta pieza dicen que es buena, pero cuando escribió su vals "Antofagasta" cualquier duda respecto de las bondades del joven como compositor fueron disipadas.
Desde este punto en adelante, Armando Carrera se hizo músico profesional y se ganó la vida como pianista de cine mudo, mientras continuaba componiendo. De esta producción nacieron "Berta", un excelente tango que recorriera toda América y Europa; "Mi príncipe", "Rinconcito" y "Melenita caprichosa", otros de sus éxitos en tiempo de tango que cantaran Agustín Magaldi y Rosita Quiroga, entre varios intérpretes.
Pero Chile, al parecer, no era lugar propicio para las inquietudes de Armando Carrera, de manera que en 1929, y tal vez con la ayuda de Osmán Pérez Freire (adscrito a la embajada de Chile en Madrid), el compositor obtuvo el puesto de secretario del embajador, señor Emilio Rodríguez Mendoza, y viajó en esta calidad a España, donde con Pérez Freire estudiaron a fondo (mientras se divertían) la música española.
Al año siguiente falleció el autor del "Ay, ay, ay", y Carrera prosiguió solo sus trabajos en España, sin dejar de producir canciones que le valieron, al poco tiempo, una medalla de oro en la Exposición Ibero-Americana de Sevilla. Luego viajó por Francia, Tánger, Tetuan y otras ciudades del África española que le atraían, pero cierto día, cansado de rodar tierras, regresó a la patria.
El swing de Carrera
Entretanto, Chile había cambiado bastante. El autor intentó componer algunas piezas, que no tuvieron éxito alguno. El swing arrollaba todo a su paso. Carrera quiso ponerse "en la onda", pero tampoco lo logró, ni como compositor ni como pianista, pues su estilo resultaba anticuado para la época.
Corría el año 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Por entonces llegó a Chile un joven pianista judío-alemán que había sido discípulo de Charlie Kunz y que apenas arribado comenzó a grabar para el sello Odeon al estilo de su maestro. Federico Waelder, que es el nombre de este pianista, obtuvo un gran suceso con este trabajo. La casa Victor pensó que debía hacerse algo para contrarrestar la popularidad y venta de discos de Waelder en la Odeon, se puso a buscar un pianista que pudiera hacer el peso al judío-alemán y lo encontraron, o al menos pensaban haberlo encontrado, en Armando Carrera.
El éxito del chileno fue casi fulminante. Con su viejo estilo de los años '10, que contrastaba con el suave y refinado de Waelder, obtuvo una inmensa popularidad y sus discos se vendieron como pan caliente. Ocurrió que por entonces, Waelder fue contratado por una firma hotelera como artista exclusivo y director musical y cesó de grabar, lo que dejó expedito el camino al chileno. Pero la Odeon, ni corta ni perezosa, ofreció a Carrera mejor sueldo que la Victor y arrebató a ésta al pianista. Bajo el nombre genérico de Nostalgias musicales, Carrera grabó infinidad de placas para el sello Odeon, todas de enorme popularidad. Y cosa extraordinaria: aún a más de cuarenta años de distancia, en los años '80, estas Nostalgias musicales se vendían casi tan bien como en su inicios.
Como pianista, Armando Carrera fue un músico que no pulió su estilo ni se interesó en modernizarlo. Era el suyo el típico sonido de las pianolas y pianistas de los años diez. No obstante, no puede desconocerse que su obra aportó una tonelada de arena a la música popular chilena, de tal manera que en 1948 fue premiado por la Municipalidad de Santiago en reconocimiento a su labor. Ahora Carrera, fallecido el 11 de septiembre de 1949, es un recuerdo para los quienes gozan con la música perdurable en sus discos.
Actualizado el 13 de abril de 2017