Marisol García
Una niña de gira
Ya la infancia de Cristina Tita Parra estaba llena de música. Define a su abuela Violeta como «mi primera maestra», una profesora de excepción de quien la pequeña Tita aprendía «por osmosis, contacto cotidiano, sesiones de estudio y ensayos metódicos». La cercanía la fortaleció precozmente en el canto, la guitarra, el bombo y otras percusiones, así como en la interpretación de cuecas, tonadas y huaynitos. «Violeta estaba permanentemente traspasándome su vorágine creativa, entre juegos y ensayos. Se ponía muy feliz cuando yo hacía o inventaba algo», cuenta.
A los seis años viajó por primera vez a Europa, acompañando a su madre, sus dos tíos por el lado materno (Ángel y Carmen Luisa) y a Violeta Parra en tres años ocupados por festivales, conciertos, grabaciones, exposiciones y programas en diversos países dentro de lo que se conoció entonces como el conjunto Los Parra de Chile. Tita era la figura más pequeña sobre el escenario, lo que no le impedía bailar, disfrazarse y tocar instrumentos en conciertos organizados con asombrosa prolijidad en puntos tan alejados como Finlandia o la Unión Soviética.
Tita fue parte activa de ese colectivo familiar de raíz folclórica y espíritu libertario, que tuvo su primer disco (Los Parra de Chillán) en 1963. Cercana también al trabajo posterior de su madre en dúo con Ángel Parra, y al de decenas de músicos del barrio latino de París, Tita admite que «fui muy poco al colegio, pero como todo niño absorbí cada nota, melodía y ritmo que escuchaba». Luego de ese tiempo de residencia seminómade en Ginebra y París, Tita y su madre regresaron a Santiago, donde la joven ingresó de inmediato a clases de guitarra clásica y composición, en paralelo a sus estudios escolares. De esa época data también un single debut: "Qué tanto será" (1966), un tema de Violeta Parra acompañado en el lado B por una composición de su tío Ángel ("El Manuelito chileno"). Para entonces, Tita ya combinaba entre sus principales influencias al rock en inglés, sobre todo a los Beatles.
Eran los mejores tiempos para el movimiento conocido como Nueva Canción Chilena, en el cual tanto su madre como su tío, Ángel, ocupaban lugares protagónicos. Según Tita, el privilegio de acompañar a sus parientes en giras y presentaciones la hicieron sentirse «discípula de algunos maestros y genios que marcaron mi destino musical». Más tarde, durante la Unidad Popular, la joven viajó junto a Isabel Parra como guitarrista invitada para presentaciones en Perú, Venezuela, Cuba y Alemania. La exposición a influencias musicales diversas (Nueva Trova Cubana, tropicalismo, rock y jazz-fusión, raíz latinoamericana) le abrieron un camino ya sin vuelta atrás.
Pero ese privilegiado caudal creativo fue bloqueado para siempre por el Golpe de Estado. A los cinco meses del asalto a La Moneda, Tita se unía al exilio parisino de su madre y hermana, luego de intentar sin éxito estudiar Filosofía en la Universidad Católica de Santiago.
Tita Parra comenzó un activo plan de presentaciones por Europa, México y Estados Unidos, casi siempre junto a su madre (a la que acompañaba en guitarra, voces y percusiones) y con la difusión de la crisis en Chile como principal sustento de su empeño. Grabó en París sus dos primeros discos solistas: Amigos tengo por cientos (1978) y Amor del aire (1982), ambos, un intento por «reunir mis tendencias», y que contaron con la colaboración de músicos de varias nacionalidades. Los siguientes años fueron de alternancia entre Chile y Europa.
Inserta en el Canto Nuevo
Los años ochenta fueron una sucesión de conciertos (tanto en Chile como el extranjero), interrumpidos apenas por la maternidad y un período de residencia en familia en Horcón. El alejamiento de estudio se interrumpió en 1992, con la preparación y grabación de La noche tan bella (1993), un disco con llamativos créditos que incluían a músicos de los grupos Cometa y La Marraqueta; y en el que quedó en evidencia la creciente cercanía de Tita con los códigos del jazz.
Asentada ya en la generación de cantautores que había florecido en Chile bajo el alero del llamado Canto Nuevo, Tita se fue acomodando en el trabajo de colaboración con otros talentos musicales de su generación.
En Centésima del alma (1998), Tita recogió varias décimas de su abuela, Violeta Parra, y las musicalizó ella sola con teclados, guitarra y voz. Para entonces, el grueso de sus presentaciones incluían a su hijo Antar en la guitarra. También entonces comenzó a ser frecuente verla en el escenario junto a su madre.
Banda Tita fue el resultado de un nuevo esfuerzo impulsado por un Fondart obtenido en el año 2000. Gracias al aporte, Tita reunió a un grupo de jóvenes instrumentistas con los cuales grabó el álbum Latidos (2001), un trabajo novedoso por sus muchas referencias ecologistas y uno de los primeros intentos locales de fusionar jazz y pop. La búsqueda personal de Tita Parra se fue encauzando además en esa época en talleres de expresión musical, algunos coordinados dentro de la Escuela Sensitiva de Música y Meditación. Un siguiente disco de Tita Parra, El camino del medio, fue editado de modo independiente a principios del año 2008, con el single "El camino del medio". Durante la preparación del disco, la cantautora se mantuvo además ocupada en colaboraciones puntuales en vivo junto a la banda de fusión latinoamericana experimental Verdevioleta.
La serie de actividades organizadas en 2017 en torno al centenario de Violeta Parra ubicaron su canto en nuevos escenarios y proyectos a su cargo, como «La ruta de Violeta Parra», con conciertos por varias ciudades y pueblos del país, y el disco Yo soy la feliz Violeta, con un concepto de «cantos hilados» a partir de canciones y poesías registradas por su abuela.