Iñigo Díaz
Hacia mediados de los '90, el arreglador y conductor orquestal Juan Azúa se encontraba trabajando en el silencio de su estudio, recopilando repertorio abierto, comprando arreglos clásicos y reescribiendo otros alterntativos con el sello de su pluma. Había sido un prestigioso director de orquestas en el formato Broadway, dirigiendo en los '70 el primer montaje de comedia musical realizado en Chile (“El hombre de la Mancha”, 1974) y desde entonces su nombre siempre apareció con luces en los anuncios. Sus recordadas orquestas en el set televisivo o en los festivales de Viña del Mar u OTI brillaron a través de las décadas, como una cantera de talentos que luego fueron nombres recurrentes.
Tras cuatro años de trabajo en la puesta a punto de un repertorio de clásicos de todos los tiempos, que según Azúa no podían fallar entre el gran público, en 2000 aparece la primera formación de The Universal Orchestra. Era una alternativa a la Los Andes Big Band, que gozaba de cierto “monopolio” desde 1993, con la dirección del trompetista Santiago Cerda. La big band de Azúa ponía en el escenario a viejos valores del jazz, la música popular y la tropical. Los jefes de fila fueron, por ejemplo, hombres como Carmelo Bustos (saxofonista alto de la Orquesta Huambaly) y Ricardo Barrios (trompetista estelar de la Orquesta Cubanacán). Pero además Azúa tuvo el olfato para reactivar a algunos grandes solistas vocales que le dieron a sus shows una categoría distinta de música tipo Las Vegas: boleros con Humberto Lozán o Sonia la Unica, pop clásico con José Luis Arce, Nueva Ola con Bobby Dantes y Luz Eliana, Broadway con Alejandra Silva o pop moderno con Juan Antonio Labra fueron algunas de estas variantes.
A poco de su debut Azúa y su big band ya editaban Clásicos de siempre (2000) y Jazz, The Universal Orchestra en vivo (2002) en una actuación a tablero vuelto en el Teatro Municipal. Para ambas grabaciones, así como en sus muy activas presentaciones, el repertorio iba en un péndulo desde Duke Ellington, Count Basie y Glenn Miller, hasta Earth, Wind and Fire, Pérez Prado y Christina Aguilera. Todo cabía en las partituras de The Universal Orchestra. El requisito era que las piezas fueran “clásicas” y “de siempre”, como rezaba su álbum debut. Brillaban entonces los músicos de sección Héctor Parquímetro Briceño (trombón), Alejandro Vásquez (saxofón), José Pepe Vergara (trompeta) o Rolando Arancibia (piano). Y grandes solistas invitados, como el trompeta de Coquimbo Cristián Cuturrufo o el tenorista Marcos Aldana.
Adiós al maestro
Concierto sabor a jazz (2004) apareció en un gran momento de la orquesta, poco antes de viajar a Europa en una gira que originalmente estuvo planteada como una repetición del histórico viaje que en 1959 realizó la Orquesta Huambaly al viejo continente. Y tal como siempre ocurrió con las orquestas pop de Juan Azúa, The Universal Ochestra fue también el punto de partida para una serie de solistas jóvenes que hicieron su vida propia tras dejar estas filas. Azúa contó con la presencia de saxofonistas muy activos como Max Alarcón, Cristián Mendoza, Claudio Werner, Andrés Pérez o Alejandro Rivas, a la larga los nombres que reconstruyeron musicalmente los propósitos del director escondidos durante largos años.
En 2005 la Universal Orchestra volvió a presentarse en el Teatro Municipal capitalino, pero esta vez para acompañar los Sacred concerts de Duke Ellington interpretados junto al Great Voices of Gospel, dirigido por el reverendo Gregory Hopkins. En diciembre de 2006, Azúa falleció sorpresivamente mientras jugaba un partido de fútbol. La orquesta siguió activa, con el hermano mayor del director orquestal, el saxofonista Kiko Azúa, con quien Juan se había iniciado como adolescente en 1956 al interior de la Orquesta Cubanacán, quien tomó la conducción de la Universal Orchestra en los primeros momentos. Luego continuó actuando bajo la dirección de Pancho Aranda en alternancia con Héctor Briceño.
Actualizado el 18 de marzo de 2021