Marisol García
Transmisión familiar
Fernando González Marabolí nació en Recoleta, en el antiquísimo sector afuerino de La Chimba colonial, en 1927, y creció entre poetas y músicos populares. Hijo y nieto de cantores, la cueca era una presencia viva en su familia. Su padre era conocido como «Luchito el Porteño», comerciante del Matadero, y participante destacado de las legendarias ruedas de cantores que allí se organizaban como suertes de duelos de canto y verso. Su ejemplo ayudó a que sus hijos se fueran apegando a la cueca sin ninguna instrucción formal, y acumularan todo su conocimiento como parte de la experiencia y el autodidactismo.
«Yo tenía 14 ó 15 años cuando mi padre me llevó al matadero a trabajar con un amigo de él», recordaba el cuequero en una entrevista con el sitio nuestro.cl. Allí, en el antiguo Matadero de Franklin, Fernández Marabolí se forjó en su doble oficio de matarife y cantor. Recuerda su sobrino, Luis Castro:
Fue mi abuelo quien le entregó a mi tío Fernando el conocimiento que a su vez él había recibido de su padre, y le dijo que él debía tener las dos culturas, la oral y la escrita, para poder plasmar en un libro todos estos conocimientos. Sin dejar de trabajar en el Matadero, consiguió permiso para asistir a las Escuelas de Verano, donde estaba becado junto a su hermano Sergio, ambos por su enorme conocimiento. Mataba animales y luego se iba a clases. Era alguien muy preparado en oratoria, política, historia. Su biblioteca personal llegó a tener cerca de seis mil libros. En la Universidad de Chile quisieron darle un título honorario para que pudiera ejercer como profesor de Historia, y él no quiso. Ganaba más dinero como matarife y, además, ahí estaba con sus amigos, que era donde se mantenía la tradición.
Parte de su labor de investigación se centró en el rescate de cuecas tradicionales, las que mezcló con composiciones originales para Los Chinganeros, el grupo que fundó en 1940, y que se mantiene activo hasta hoy a partir de sus lecciones. Por más de treinta años, el investigador recopiló cuecas mantenidas por transmisión oral; miles de ellas recogidas en Santiago y ciudades de provincia.
También el aporte de González Marabolí al inicio del grupo Los Chileneros fue fundamental, tal como lo recordó en entrevista Luis Baucha Araneda:
Él nos regaló casi todas las cuecas que nosotros grabamos en nuestro primer disco (La cueca centrina, 1967). Salimos nosotros como autores, porque a él no le interesaba figurar; entonces nunca las registró. Le gustaba ayudar a otros. Él buscó por todas partes para que nosotros grabáramos. Era un hombre muy educado. Leía mucho. Las conversaciones que yo tenía con él eran diferentes a las que yo tenía con cualquier otra persona.
El aporte de González Marabolí a la difusión y teoría de la cueca es probablemente inabarcable, pero dejó en un libro sus señas más conocidas: Chilena o cueca tradicional es la investigación que en 1994 publicó el musicólogo Samuel Claro Valdés, y que hasta hoy es considerada la principal edición escrita sobre el género. El subtítulo del libro incluye la advertencia: «De acuerdo a las enseñanzas de don Fernando González Marabolí». Se recuperan allí lecciones sobre las técnicas vocales, instrumentales y de interpretación que caracterizan a la cueca. Fue un trabajo que tomó dieciocho años de elaboración, en el que la cultura oral y popular representada por el cantor se encontró con la académica. Según el musicólogo Rodrigo Torres, el libro «rompió la mirada folclorizante que había mantenido cautiva a la cueca en el recinto de la construcción de una idea nacional. La desmarca de una lógica puramente nacionalista o costumbrista, y la abre a una temporalidad de otra naturaleza, pues se remonta a cuando los árabes pasaron a España en el siglo VIII e incluye ese mestizaje que se instala en la península ibérica».
Puede entenderse parte de la filosofía de González Marabolí en torno al estudio de la cueca con el siguiente extracto de ese libro:
El cantor tradicional vive sólo para la cueca, ya que interpreta con responsabilidad, tal vez sin temor de equivocarse, el arte más serio y delicado en el cantar de América. Cuando la gente escucha a los verdaderos cantores, dicen los que no saben que «tiene voz natural»", y en verdad que tienen toda la razón, pero la naturalidad que la rige pertenece a un científico adiestramiento de la voz. No es llegar y cantar a la que te criastes, sino que equivale a decir que imita las leyes que rigen el universo y a la naturaleza, por eso es que se guía por leyes naturales.
Pero todo lo que brilla no es oro: el estilo no se aprende de la noche a la mañana y sin el consejo de los viejos cantores. Están constantemente ensayando, nunca están conformes ni con ellos mismos, porque todo lo árabe es una lucha hasta con uno, tarareando las melodías con recovecos de sube y baja, hasta que forman un cachañeo gorgoreado en la voz gritada. Son años de aprendizaje, de pulimiento y conocimiento, de pasar metidos en los «lotes», para impregnarse, contagiarse y meterse hasta en la sangre el ritmo cuequero. Es en los «lotes» donde se aprende a cantar y a bailar mirando, donde se memoriza el vasto repertorio de de versos y melodías, porque nada está escrito. Este modo de canto nace de casi vivir en la teoría y en la práctica, y es también donde se aprende toda la gimnasia vocal que se hace para sacar la voz gritada y entonada.
Un cáncer lo fue apagando de a poco, pero no por ello detuvo su labor. En 2005 recibió el Premio a la Cueca Chilena Samuel Claro Valdés al mismo tiempo que Nano Núñez. Fernando González Marabolí murió al año siguiente, en septiembre, pero su aporte no para de ser citado y alabado de modo póstumo. Parte de su valiosa labor de investigación es continuada hoy por su sobrino, Luis Castro González, quien heredó la responsabilidad de dirigir a Los Chinganeros.