Club de Jazz: desafío mayor
En un país donde todo lo definen los ingresos y egresos, los jazzistas tendrán una doble tarea en la Casa Maroto, su nueva sede.
viernes 17 de julio de 2015
La última noche que se realizó un concierto en el Club de Jazz de Ñuñoa, en avenida José Pedro Alessandri, fue la del 27 de febrero de 2010. El terremoto sorprendió a algunos músicos dentro de la sede, los testigos del triste final de la casona que fue una escuela no solo para sucesivas generaciones de músicos, sino también para auditores interesados en escuchar y aprender.
A fines de marzo pasado, el Club de Jazz reinició sus actividades en la séptima sede de su historia, desde que los jóvenes fundadores de 1943 —el clarinetista René Eyheralde, el cornetista Tito Rodríguez y el baterista Lucho Córdova, hoy de 93 años— encontraran un segundo piso para tocar los sábados en Santo Domingo 1081. Luego vinieron los traslados a Merced y Mac Iver, espacios del centro de un Santiago en pleno apogeo de la bohemia capitalina. Allí se terminó de instalar la categoría del Club de Jazz en la historia de la música popular chilena. Allí, por ejemplo, el club alcanzó en 1953 su personalidad jurídica. Más tarde, los jazzistas emigraron del centro y se reubicaron brevemente en una casa de calle Lota, y después en la recordada sede de calle California. El paso siguiente se dio en 1979, cuando hicieron de esa magnífica casa ñuñoína en 1979, hoy reducida a los escombros que arroja el apetito inmobiliario, un cuartel general por más de treinta años.
Si en algo coinciden los músicos que le han dado vida en todas sus épocas, es que sin importar donde estuviera el Club de Jazz era la extensión de la propia casa. Le llaman “segunda casa”, un lugar donde la atmósfera define los resultados mucho más que la infraestructura o sus recursos financieros. Ahora que el club superó el miedo a la desaparición con su llegada a la Casa Maroto, en la comuna de La Reina —donde aparentemente todo jugará a su favor—, se instala la duda de si será capaz de recuperar esa mística, la tarea más compleja que se le aproxima.
Es demasiado pronto para evaluar cualquier aspecto. Pero por ahora en esa Casa Maroto de 1920 —que es la guinda cultural de una enorme torta comercial del Mall Plaza Egaña, al que ella pertenece—, se deben ajustar muchas variantes. Desde la curatoría y la programación de sus conciertos, hasta asuntos logísticos como la optimización de la acústica en un espacio donde el eco aún no permite apreciar el jazz en silencio y con nitidez. Y la reciente inauguración del espacio —organizada por Mall Plaza Egaña y no por los encargados del club—, donde por cada cinco actores de teleserie que asistieron apenas se contaba un músico de jazz, tampoco entrega buenas señales.
Si las primeras críticas han apuntado a que existe mayor preocupación por la operación gastronómica que por los contenidos musicales, entonces algo más se debe corregir allí. El Club de Jazz es un escenario capitalino histórico: el resto de los actores involucrados debe estar a su servicio, y no al revés. Ahora tiene la oportunidad de dar el gran salto en esta casa patrimonial, pero el club no puede olvidarse jamás de su origen: un lugar donde lo más importante siempre fueron los instrumentos musicales, las personas que los tocaban y las que acudían allí noche a noche para escuchar jazz. Y en silencio. Eso también lo deben aprender los nuevos visitantes a la Casa Maroto.
Foto: Los Ases Chilenos del Jazz (Club de Jazz de Santiago).