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Los Jaivas: versos que alumbran

Con motivo de los 50 años del grupo, publicamos la introducción de nuestra coeditora Marisol García para el reciente Cancionero ilustrado de Los Jaivas.

viernes 17 de julio de 2015

Es el nombre de una canción y, a la vez, de un álbum importante en su discografía, pero el trabajo completo de Los Jaivas podría resumirse en esas tres palabras: «Canción del sur». La conexión más obvia está en las referencias a un paisaje de montañas, volcanes, costas y cauces que el grupo recrea con precisión en sus versos, ya sea desde la experiencia viva cuando los tiene al frente o en la nostalgia de un horizonte delineado por la distancia en la memoria. Para el conjunto nacido en Viña del Mar, la geografía chilena ha sido mucho más que la fuente de inspiración para una poesía ilustrativa, llena de imágenes a la vez evocadoras y vitalizantes. Su fuerza constituye también, y en sí misma, sostén de identidad para mirar a Chile desde la entrega de una Tierra generosa, que en su despliegue sin cálculos también le ha enseñado al grupo cómo afirmar un caracter atado a su entorno de origen.

El rock chileno ha sido hábil para encontrar marcas de distinción en su mirada social, e incluso en una introspección sugerente y, a veces, subversiva. Sin embargo, ningún otro conjunto ha buscado, como Los Jaivas, que esa necesaria toma de posición ante lo que los rodea esté supeditada, primero, a las imposiciones de fuerzas esenciales y muy anteriores a ellos: las de la Naturaleza y de los pueblos originarios. Décadas antes de que los músicos electrificados mostraran siquiera inquietud por el trato a los mapuches, y cuando las prioridades revolucionarias avanzaban muy lejos de las lecciones ancestrales de debida convivencia, la canción “Indio hermano” vino a recordar —precisamente en el dramático período de 1973— el valor de una resistencia planteada desde una mirada de mundo incompatible con la competencia depredadora: «No cambiaré / mi destino es resistir / esta civilización de poder y de ambición […]. / Soy un hombre / y no una pieza más de esta cuestión». A fines de los años noventa, “Uva madura” confirmaba su homenaje a la sabiduría implícita en los ciclos y pequeños gestos del medioambiente. La ambición de darle a esa experiencia de amor universal ribetes que a veces confunden maravillosamente lo místico, lo geográfico y lo erótico (como sucede en “Bosques virginales”, “Cómo tus ríos te recorren”, “Arrebol”, “Cerro de La Virgen” o “La conquistada”) es marca única en el conjunto, merecedora por sí sola de una apartado poético propio, y cuya altura ha logrado convivir en armonía con otras composiciones de expresiones intencionalmente simples, como los escuetos versos de “La vida mágica, ¡ay, sí!”.

Ese inusual equilibrio de una mirada cautivada por su entorno pero también dispuesta a intervenir en él ha sido una lucidez constante en la historia de Los Jaivas, incluso entre mudanzas, pérdidas, y los cambios de ritmos y arreglos que han ido forjando su cancionero. Se trata de un rasgo de estilo rara vez calibrado, acaso distraído para el gran público o la crítica debido a la fuerza de música entrañable inscrita en el tarareo de un país completo (ese «mar de gente» que los acompaña), pero necesario de revisar como fundamento de su aporte durante medio siglo de trabajo. Los Jaivas hablan de Chile no sólo cuando invitan a sus habitantes a bailar ni cuando evocan la cordillera desde París sino, también —y tal cual queda de manifiesto en la selección de este libro—, cuando revisan los dichos típicos de sus habitantes (“Cueca de los refranes”), reubican las máximas de sus símbolos patrios (“Que o la tumba serás”) o saludan con una admiración casi embelesada a las grandes figuras que han sabido interpretar su latido emocional (“Gabriela”). Son versos que así como pueden interpelar a fuerzas cósmicas, también saben reducirse a las claves más reconocibles y pequeñas de nuestra charla cotidiana —recuperando expresiones imposibles de traducir, como «los días pasan porsiaca» o «ayer caché»—; o incluso rutinas domésticas aprendidas en la casa viñamarina de calle Viana, como algunas de las que se enumeran en “¿Dónde estabas tú?”.

Revisar estas letras sin el soporte del sonido exuberante que suele acompañarlas ilumina nuevas pistas de identidad para un cancionero mucho más diverso y profundo en enfoques de lo que suele reconocérsele, y que desde su mirada personal jamás se ha encerrado en la pura introspección, sino que ha buscado el modo de extender un mensaje colectivo, sea el llamado unitario de “Todos juntos” —extendido como una queja de resistencia a la polarización-ambiente de principios de los años setenta en el país—, sean las recomendaciones juguetonas de otros temas intencionalmente alejados de la solemnidad de los himnos . Que la luz caiga sobre cerros, veredas y corazones, pero también sobre lo oculto bajo el abrigo y en rígidos escritorios, pide el “Pregón para iluminarse”. Un esfuerzo de claridad a la vez externa e interna, cuya doble misión ha sido también la de un conjunto que, como ningún otro en la historia de nuestra música popular, se impuso conjugar espíritu y colectivo, introspección y convocatoria.