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Canción valiente, canción nueva

Reproducimos la introducción del primer libro de nuestra coeditora Marisol García; un estudio sobre la canción social y política chilena.

viernes 17 de julio de 2015

Porque da nada me sirve
cantar para mis adentros.
—Osvaldo Torres

Escribir una canción de protesta es meterse en problemas,
y es ese sentido del riesgo lo que le da al género su vitalidad.
—Dorian Lynskey

1.
En todo estudio sobre la canción política latinoamericana surge siempre la misma cita. Es una frase que Víctor Jara escribió meses antes de su asesinato, y la fuerza de su verdad supera nuestra alergia a la redundancia; así es que aquí va, otra vez:

«Canto que ha sido valiente siempre será canción nueva».

El verso cierra “Manifiesto”, composición fechada en 1973, cuando en Chile el agitado debate artístico y social en curso obligaba a definiciones precisas. En esa canción con título de legado, el creador ñublense trazó un delineado artístico que ha sido de inmortal referencia póstuma, por versos como «yo no canto por cantar / ni por tener buena voz: / canto porque la guitarra / tiene sentido y razón».

“Manifiesto” iba a ser parte de un álbum, Tiempos que cambian, que el Golpe de Estado dejó trunco . Su difusión póstuma sorprendió por el contenido profético de parte de la cuarta estrofa: «El canto tiene sentido / cuando palpita en las venas / del que morirá cantando / las verdades verdaderas».

En sus últimos años de vida, Víctor Jara se sabía encabezando, junto a otros músicos, un movimiento renovador con nombre de institución: Nueva Canción Chilena. Pero meses antes de su asesinato pareció acelerarse en él un sentido de urgencia. Cuando ya tenía más de una decena de discos grabados (entre propios y en colaboración), el autor y hombre de teatro quiso recordar con “Manifiesto” que el espíritu que le daba forma al desasosiego social suyo y de sus compañeros era, en esencia, una actitud, y no un momento, una tendencia ni una lista de nombres. 

De esa actitud intenta ocuparse este libro.
 

2.
Existió canción nueva, canción valiente, ya en los inicios de nuestra república. Son cientos las cuecas, los cantos a lo humano y las tonadas anónimas —sin más registro que el recuerdo oral— que fustigan los conflictos del trabajador con su patrón, azuzan a autoridades indolentes o saludan a determinados candidatos políticos confiando en sus promesas de justicia.

A mediados del siglo XIX, los pliegos de la Lira Popular y el contrapunto de algunos de los mejores poetas callejeros daban cuenta de una inquietud poético-musical igualitaria, asombrosa por lo temprana y lo aguda. La descripción de elocuente denuncia, la mirada certera a la tensión entre clases, la conciencia del verso como instrumento de debate en esas antiguas décimas, coplas y cuecas no difieren, en esencia, del espíritu que animaría un siglo más tarde a los más vistosos compositores de la llamada «canción comprometida».

O, si se prefiere, canción «protesta», «política», «contingente», «social», «de texto», «consciente», «no alienada», «tópica», «de propuesta». «Al servicio» de un proceso, de una revolución, de un cambio, del pacifismo, del humanismo. Escrita para ser cantada por el obrero, el trabajador, el revolucionario, la feminista, el pueblo. Contra el consumo, el poder, el statu quo.

Para los efectos de esta investigación, la etiqueta da igual. A estas páginas no las guía un afán taxonómico, sino más bien las ganas de llamar la atención sobre un tipo de composición reflexiva que de modo constante y de muy diversas formas ha animado parte de nuestra mejor música popular, mostrándole al mundo letristas de trascendencia, influyentes para el canto hispano completo.  

3.
La tensión social y el abuso de poder ⎯con sus odiosos derivados de clasismo, discriminación e inequidad⎯ son taras atávicas de nuestra convivencia a las que la música popular chilena les ha dedicado vehementes acusaciones. Al circular por plataformas masivas y de esencial fugacidad, su denuncia no siempre ha sido reconocida ni analizada en todo su valor. Es usual que la pase por alto el estudio académico, y que el periodismo la minimice.

Al mismo tiempo, la épica de determinadas gestas sociales pudo haber exagerado su efecto. Antes de ser elegido Presidente de la República, en 1970, Salvador Allende adoptó en algunos de los actos culturales de su candidatura la frase «No hay revolución sin canciones». La pronunció él mismo, la escribieron en lienzos sus simpatizantes, y la gritaron masas entusiasmadas con su promesa de reinvindicación popular. Aunque era parte de ese mismo fervor por el cambio social, el locutor y productor Ricardo García creyó necesario guardar las proporciones:

Creo que las canciones no derriban gobiernos, así como las guerras no se ganan con marchas. Son, solamente, bellas banderas del pueblo. Pero, ¿qué haríamos sin ellas? 

Los matices entre ambas posturas han sido también parte de esta historia, aunque nunca se hayan cantado.

4.
La siguiente es la descripción precisa que, en su valioso libro La revolución y las estrellas, el músico y filósofo Eduardo Carrasco le otorga al espíritu que animaba los primeros pasos creativos de él y sus compañeros en Quilapayún:

«Canción revolucionaria» era para nosotros una canción que pudiera cantarse en esas manifestaciones en las cuales participábamos casi todos los días, una canción que dijera a su modo lo que la gente vivía en esas luchas, lo que pensaba y anhelaba […], que hablara de la sociedad que queríamos, de nuestros nuevos héroes de la libertad y de la unidad latinoamericana, de nuestro propio amor por estos sueños. Una canción que fuera como un latido en esa conmoción histórica, en esa epopeya que nos parecía estar viviendo.

No eran las mismas marchas de las que habla Carrasco las que animaron luego Los Prisioneros en los meses previos al gran No a Augusto Pinochet, ni su sueño de unidad latinoamericana el exacto proyecto que encendería las rimas del grupo hip-hop Tiro de Gracia durante la posterior transición democrática. Hay décadas de distancia ⎯y todo un concilio reformista⎯ entre el Vaticano que confronta Violeta Parra en “¿Qué dirá el Santo Padre?” y aquel que impugna Chancho en Piedra en “Locura espacial”. Son grupos de mujeres en diferentes estadios de liberación (u opresión) las que reciben el apoyo de Mauricio Redolés en “Ciertos especta culos de Santiago de Chile”, en los años ochenta, y de Dadalú en “Tú eres tuya”, en los 2000. Aquel exilio que Fernando Ubiergo debió esconder entre metáforas para “Un café para Platón” salió luego a la luz ⎯trasparente y vívido⎯ en los hijos de desterrados a los que saludó Makiza, veintidós años más tarde, en “La rosa de los vientos”. 

La crítica cinematográfica o literaria ya habría esbozado sendas teorías sobre esa evolución si estas canciones fueran películas o novelas. Confiamos ahora darles el realce merecido; valioso, incluso, por fuera del marco de sus melodías. 

5
No es la intención de este libro ir tras las pistas del canto político que animaba a Chile ya en la Colonia, y que ha continuado luego sin interrupciones en su período republicano. El coto de la investigación emprendida es claro (1960-1989), pero necesita, por supuesto, entenderse con el sonido de fondo de más de dos siglos previos de composición elocuente sobre el tipo de vida que los chilenos han elegido o han soñado darse en comunidad.
 
Confiamos en que la opción por el relato testimonial y el análisis de estos versos ayude a iluminar un tipo de composición en constante flujo, que ha avanzado entre épocas con un mismo dinamismo reivindicativo, y ha retroalimentado a sus autores gracias a similares inquietudes sociales y políticas, independientes de las circunstancias en las que les ha tocado expresarse. Aunque los autores surgidos al alero de la Nueva Canción Chilena concentran, inevitablemente, el grueso de las menciones ⎯es difícil mirar con ligereza un momento creativo así de brillante⎯, existen otras decenas de grandes talentos confundidos con el total de nuestra tradición popular, y es con esa mirada abarcadora que invitamos a recorrer estas páginas.

 
6.
Late en casi todas las canciones mencionadas en este libro un mismo pulso de reivindicación colectiva y de indignación con nuestra porfiada desigualdad. Ese pálpito libertario y de reflexión comunitaria ha resultado, a la larga, ser marca de identidad cultural; además de un referente que hoy les resulta inspirador a nuevos cantautores, como antes cruzó fronteras y recibió aplausos de lejanas audiencias. 

Es canto valiente, como lo definió Víctor Jara, pero también ingenioso, satírico, subversivo y, en ocasiones, panfletario e innecesariamente solemne, que ha acompañado tanto epopeyas como breves anécdotas.

Martirio y amedrentamiento, provocación y sacudida. 

En el cruce de épocas, campañas, causas y luchas revisamos, asombrados, la osadía y frescura de esta canción siempre nueva.

*Canción valiente. 1960-1989. Tres décadas de canto social y político en Chile.

Libro de Marisol García publicado por Ediciones B en julio de 2013.

A la venta en Santiago y regiones. Más información aquí.