Exportación de música chilena: una misma tecla
A propósito de Chile en Guadalajara: el buen momento de nuestro pop en el extranjero no puede dejar que la institucionalidad olvide el riesgo que implicaría homogeneizar la oferta.
viernes 17 de julio de 2015
Es fácil distinguir a ese tipo de melómano que dirige su afición con más entusiasmo que rigor. La sucesión infinita de tendencias lo pone ansioso: no importa cuánto se aplique, algo se perderá. No alcanza a memorizar los nombres de las diez bandas que dan que hablar este mes, cuando llegan otras veinte a recordarle que la cultura popular es una rueda que gira a mayor velocidad que el sonido. Como sobreestima la novedad, su pirámide de conocimiento se va ensanchando hacia arriba, hasta que la base (la tradición) ya no puede sostener el peso de la moda.
Así abordan la música chilena el grueso de los medios de comunicación, pero si en ellos la avidez por frescura puede entenderse como el efecto inevitable de la sucesiva urgencia de su pauta, es más preocupante que esa misma compulsión irreflexiva contagie también al aparato institucional y a los escasos sostenes oficiales con los que hoy cuentan los músicos locales. Qué duda cabe que en Chile hoy se ofrece una producción cada vez más interesante de pop de vanguardia —imaginativo, desprejuiciado, propositivo—, y que éste al fin llama la atención de espacios extranjeros a través de la autogestión inteligente de sus propios gestores. Gepe, Javiera Mena, Álex Anwandter, Ana Tijoux, Francisca Valenzuela y Fernando Milagros son hoy nombres familiares para los auditores latinoamericanos mejor informados, y ya no sorprende —aunque aún asombra— saber de sus pasos a través de notas en El País o Time.
Por años fueron ellos los olvidados de un aparato oficial que tendía a privilegiar la difusión sólo de creadores de larga experiencia, comentado virtuosismo, o apego a la raíz. En las dos últimas décadas, tanto los fondos públicos como los premios estatales preferían reconocer más que alentar. El Consejo de la Música era un hombre de traje elegante y bien cortado, pero algo más grueso que lo que aconsejaba el clima.
Ese traje hoy se ha aligerado hasta parecer el atuendo de una eterna primavera. La delegación musical escogida para representar a Chile en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara fue colorida, fresca; de diseño internacional ciento por ciento algodón: Francisca Valenzuela, Javiera Mena, Astro, Gepe, Pedropiedra y Surtek hacen pop y electrónica de la mejor factura. La música de Los Bunkers, Los Tres y Javiera Parra es de trama más gruesa, sí, pero igualmente competitiva en el gran mercado. Y Los Jaivas y Lucho Gatica (lateralmente presente al recibir una distinción del ministro Luciano Cruz-Coke) fueron la ropa cómoda, de gusto general, capaz de confirmarles a todos quienes ya los conocen lo valioso de su repertorio histórico.
Los fichajes de los encuentros colectivos en vivo más importantes del segundo semestre del año —Feria Pulsar, Cumbre del Rock, festival Primavera Fauna— avanzaron, a grandes rasgos, por una pauta similar: la música chilena que mostrarle al mundo es aquella que no desentona con el gran mercado cosmopolita, y sonido eléctrico y tarareable.
Por supuesto que no es culpa de los músicos este súbito favoritismo. Muchos de ellos tuvieron que trabajar por años en un país que aún arriscaba la nariz ante el concepto de música pop. Pero esa repentina predilección pública y privada por un mismo tipo de sonido homogeneiza lo que supuestamente es hoy la música chilena, desdeñando propuestas de músicos igual de jóvenes y propositivos pero que optan, por ejemplo, por la investigación folclórica.
El abordaje de nuestros conflictos sociales desde el guitarrón y el canto a lo poeta de Manuel Sánchez; la fina composición de raíz latinoamericana de Elizabeth Morris; la atractiva investigación en la tonada de La Chinganera; la mezcla de timbres del mundo de Pascuala Ilabaca; la cueca espontánea y de enorme fuerza escénica de Los Trukeros; y el riguroso intento de recreación del canto a la rueda de Los Chinganeros son algunos ejemplos. Ver y escuchar su música en vivo añade a la frescura de su estilo la invitación al asombro por un sonido hoy diferente a la norma radial y de mercado, ante el que el impulso natural será buscar luego más información.
¿No es eso, precisamente, lo que busca un auditor extranjero en un encuentro cultural internacional? En el escenario privilegiado de Guadalajara quizás la oportunidad de la institucionalidad musical chilena no era tanto demostrar lo estupendamente que lo estamos haciendo en el ámbito que México —el mayor mercado de música en español— tan bien conoce, sino, además, proponerles a esos visitantes ávidos de multiculturalidad la diferencia que justificara su curiosidad, y la ampliara. Históricamente, la más trascendente música chilena es aquella que ha logrado ubicar en el escenario internacional una propuesta anclada a nuestro territorio y sus conflictos. La homogeneidad es, hoy, el error que menos podemos permitirnos en el auspicioso panorama para la exportación de nuestra música.