Las muchas Violeta Parra
Abordar con justicia a la artista chilena presenta un incesante desafío, en el que no caben la canonización ni la liviandad.
viernes 17 de julio de 2015
Es probable que Andrés Wood haya previsto que algún cercano a Violeta Parra emitiría una opinión como la que Tita Parra hizo circular la semana pasada en torno a Violeta se fue a los cielos, la nueva película de ese director chileno. No debe ser grato leer que una obra en la que se ha invertido tiempo, dinero y talento colectivo es calificada en público —y por una descendiente de la retratada— como «muy extensa, densa y repetitiva, con chistes que no dan risa […] y ganas de salirse del cine». A la vez, es el precio asumido por cualquier investigador que pretende acercar una figura histórica cuando sus contemporáneos aún están vivos para vigilar el retrato. El impacto del cine ha multiplicado esta vez el alcance, pues no se recuerdan voces cercanas así de disonantes en torno a previos estrenos de teatro, libros y reportajes que han lucido mucho menos rigor biográfico que la cinta protagonizada por Francisca Gavilán.
Para la nieta de Violeta Parra, la citada recreación fílmica muestra «poco desarrollo de contexto, pobres relaciones en general», y, en las escenas situadas en la gran carpa de La Reina, peca de una «exacerbación grotesca de lo miserable, sucio, polvoriento. […] Sobra lo burdo». Para Ángel Parra, en cambio, la llegada de su madre al cine y el interés popular por asistir es fruto de que «Andrés Wood logró hacer una obra de arte a partir de sus deseos por introducirse en la obra y la creación de mi madre. Estoy muy contento, realmente muy emocionado».
Extrañarse ante ese contraste de opiniones sería no conocer el campo en el que deben usualmente avanzar las investigaciones biográficas, parte de cuya estatura deriva, precisamente, de cómo hacen hervir los ánimos de cercanos y seguidores. Esa disparidad de impresiones se agiganta cuando el personaje retratado no sólo es cronológicamente cercano —Violeta Parra murió hace menos de cincuenta años—, sino que subsiste en el afecto colectivo más por impresiones y afectos que por un canon historiográfico establecido. De algún modo, al no tener a ninguna Violeta oficial —pues la institucionalidad artística y educativa chilena no ha querido aún dárnosla—, todos tenemos a una Violeta personal, construida a la vez de recuerdos, impresiones y fantasías. La película de Andrés Wood elige aprovechar esa vaga recolección colectiva para una narración menos apegada a lo fáctico que a episodios emocionalmente intensos. Es probable que quien ya quiera a Violeta Parra salga del cine con una admiración confirmada, pero sin más pistas firmes sobre su personalidad que las que tenía antes de entrar.
El renovado interés por la multiartista chillaneja ha conseguido una cobertura inédita en medios sobre su figura (punto para Wood), pero también ha abierto nuevos frentes de debate. Convertida de pronto en un suceso, se le imponen a su memoria referentes culturales ajenos a su historia, que prefieren filtrar su arte por lentes ajustados a quien lo mira, en vez de intentar comprenderla desde su propia complejidad. Hablar de Violeta Parra como «la primera rockera chilena» —como lo ha hecho parte de la campaña promocional del filme— es tan banal como pretender que una sola obra biográfica deje contenta a su descendencia completa. Vuelve a la memoria la escena de la película en el Club de la Unión, con la artista caminando entre una audiencia poco interesada en hacer el esfuerzo de apreciarla: «¡Sordo! ¡Sordo! ¡Sordo!», los despide ella. Es claro: no basta con aplaudir para luego distraerse en otra cosa. Su obra infinita exige una compresión que tiene a veces que pasar por un terreno árido e incómodo, incompatible con la promoción pop pero también con la protección celosa.
Violeta Parra cumplió con creces al momento de acercar su talento a Chile. Somos nosotros quienes debemos aproximarnos a su historia sin eslóganes ni reducciones. Ahora que al fin la tenemos un poco más cerca, el riesgo de canonizarla o frivolizarla es igual de delicado. «[Hay] mucho trabajo para el próximo cineasta que se atreva», concluye Tita Parra en su texto de análisis. Pero también es arduo el trabajo para el auditor común, el admirador tardío, el lector, el periodista, el dramaturgo, el promotor. Violeta Parra es siempre esfuerzo intenso, incluso sin obras ni debates de por medio.