David Ponce
La escuela de los viejos poetas
Lázaro Salgado Aguirre es hijo de la guitarronera Magdalena Aguirre y del guitarronero y payador Liborio Salgado Reyes, un hombre nacido a fines del siglo XIX en Pirque, el mismo pueblo que guarda hasta hoy la custodia universal del guitarrón chileno.
Lo de errabundo estaba en los genes, porque el niño Lázaro Salgado fue a nacer en San Vicente de Tagua Tagua, provincia de Cachapoal, en 1902, y un entorno temprano fue la fonda que su padre instaló en Puente Alto. En ella el joven cantor pudo conocer a poetas de antigua data y nombres como Aniceto Pozo, Pablo Montecinos, Feliciano Castro, Nicanor Lobos o los ciegos Benito Pozo y Juan Bautista Peralta, todos unidos en veladas de payas y de canto a lo humano y lo divino.
Para mediados del siglo, según refiere Pedro Yáñez en su trabajo "La paya en Chile", expresiones como las liras populares y el propio verso improvisado fueron perseguidos por las autoridades, mientras en los centros urbanos los payadores eran discriminados. Lázaro Salgado fue uno de los dispersos poetas que se mantuvieron activos, en pueblos chicos si no en las grandes ciudades. Según relata el autor Nano Acevedo en su libro "Folkloristas chilenos" (2004), Salgado también es reconocido por la folclorista y sindicalista Águeda Zamorano como parte de la directiva organizada durante el primer Congreso Nacional de Poetas Populares y Payadores, convocado en 1954 por la Universidad de Chile y por los poetas Diego Muñoz y Pablo Neruda.
Lázaro Salgado, de cualquier parte
Aparte de cantor a lo poeta, Lázaro Salgado compuso música en géneros tan variados como la cueca, la tonada, el vals, el tango y el foxtrot. El decimista e investigador peruano César Huapaya (Lima, 1950), quien documentó parte de su biografía en 1987, le atribuye parte de la creación del célebre vals "La joya del Pacífico", cuyo autor oficial es el músico Víctor Acosta.
Pero Salgado fue un creador más cercano a la calle y a los caminos que a los reconocimientos oficiales. "De cualquier parte", lo llama Pedro Yáñez al pasar revista a los poetas populares de su época, ya entrados los años '70: "Los payadores de ese tiempo eran muy pocos y vivían en lugares distantes: Atalicio Aguilar, de Loica; Hermógenes Escobar, de Puente Alto, Sergio Cerpa, de Santa Elena; Domingo Pontigo, de San Pedro de Melipilla; Lázaro Salgado, de cualquier parte, radicado en Santiago".
Entre esos caminos cantó en las fondas del Parque Cousiño, hoy Parque O’Higgins, y en ciudades como Valparaíso, Casablanca, La Calera, Cabildo, Rancagua, Graneros, San Bernardo, Pirque o Puente Alto. De esta última quedó un registro en la prensa, con motivo de un Tercer Concurso de Canto Tradicional de Décimas, a lo humano y lo divino, organizado allí como parte de las jornadas de extensión de la Universidad de Chile. Los días 12, 13 y 14 de septiembre de 1969, en el gimnasio de la ciudad, Lázaro Salgado coincidió con los payadores Joaquín Cantillana, Rodemil Jerez, Manuel Gallardo, Hermógenes Escobar y Santos Rubio.
En las peñas y en La Vega
Tres años antes lo había conocido Pedro Yáñez, en una peña folclórica capitalina en 1966. "Es la primera vez que oí en persona el canto de un payador", escribe. "Aunque no había un rival para hacer el contrapunto, Lázaro impresionaba con sus décimas inteligentes y fluidas".
Nano Acevedo lo evoca a su vez como parte del elenco de la capitalina Casa de Canto Doña Javiera, más conocida como Peña Javiera, precursor reducto que bajo plena dictadura funcionó en la céntrica calle San Diego entre 1976 y 1980. "Lázaro llegaba primero que todos los artistas a nuestra Peña Javiera, enfundado en un sobretodo gris, sonriendo del brazo de su mujer, Emita Bello, y su infaltable acordeón de botones", recuerda en "Folkloristas chilenos". "Mientras bebía una copita del mejor vino tinto nos relataba historias y payaba, cercano a los ochenta años".
Cuando los escenarios tuvieron que ser aún menos formales, Lázaro Salgado también estuvo ahí, para actuar en restaurantes, en La Vega y en el paseo Ahumada. La cantante Catalina Rojas, compañera de Roberto Parra, recuerda haber trabajo con ellos a trío en La Vega, a sugerencia del propio Salgado, en los días de peores apremios económicos luego del golpe militar de 1973. Y el propio Roberto Parra deja también un testimonio anterior de sus encuentros y desencuentros con Lázaro Salgado, recogido por Mario Rojas en el libro "Roberto Parra" (1996) y relacionado con su aprendizaje de la guitarra.
"Yo punteaba sesenta años atrás, me enseñó un maestro hojalatero que vivía cerca de la casa, que había estado aquí en Santiago. José Balboa se llamaba, el Pepe… y había conocido a Lázaro Salgado", rememora Parra, y luego reconstituye el encuentro entre ambos en las fondas de San Bernardo, tras años de haberlo buscado. "(…) Tocaba liiindo… y se hizo muy amigo mío (…) Y escribía… Ya había superado la guitarra. De ahí nos nos apartamos más, tocamos en La Vega hasta que se murió. Era mayor que yo, como de noventa años. El Lázaro fue uno de los payadores más grandes que he conocido yo acá en Chile".
Un testimonio fílmico suyo queda en "Lázaro", documental de veinte minutos filmado para la televisión alemana. En 1985 recibió un homenaje de Nicanor y Roberto Parra y de los payadores Santos y Alfonso Rubio, y vivió sus últimos días en una casa que le ayudó a conseguir el académico Fernando Castillo Velasco. Murió en 1987, casi en total anonimato. Sus últimos versos, escritos en diciembre de 1986, están dedicados a la visita de Juan Pablo II y al Paseo Ahumada, el mismo lugar donde terminó tocando y donde quizás miles de peatones chilenos pasaron a su lado y oyeron al paso, inadvertida, la voz llena de historia de Lázaro Salgado.