Milena Bahamonde
De acuerdo con el Diccionario de voces del norte de Chile (1978), de Mario Bahamonde Silva, Calatambo es el nombre de un paraje interior en la quebrada de Pisagua, en la Región de Tarapacá: un valle de terrenos de cultivo y riego donde se encuentra la aldea de Camiña. Así fue conocido este músico, cuyo verdadero nombre era Freddy Albarracín Iribarren. Con un abuelo boliviano y una abuela argentina, nació el 21 de septiembre de 1924 en la oficina salitrera La Palma, como uno más de diez hermanos, y en ese Norte Grande se crió en estrecho vínculo con los mineros del salitre.
Además de su zona natal, también se dejó sentir en su creación la influencia de su padrastro, hijo de peruanos, y el proceso de integración cultural del norte al resto del país que Calatambo Albarracín recordaba haber presenciado:
A nosotros nos criaron con una chilenidad tremenda. La música del norte era la música del nuevo chileno, el que nació después de la Guerra del Pacífico. Todo eso era desierto y llegó todo tipo de gente del sur que se mezcló con la del interior. Así se formaron las nuevas generaciones chilenas con nuevas costumbres. Me acuerdo que se comía cazuela, empanadas, pantrucas y mote con huesillo.
Playa de Cavancha y fiesta de La Tirana
Albarracín comenzó a componer a los 16 años, al modo de los célebres cantantes mexicanos de boleros de la época, como Pedro Vargas y Tito Guízar. Luego hizo música para dar a conocer su tierra y los dichos de la gente. Cuando en las salitreras imperaban el foxtrot y otros ritmos gringos, la música argentina y las estudiantinas, él aportó al desarrollo cultural del Norte Grande con sus cuecas calicheras. Y los títulos de su canciones están poblados de alusiones al mismo paisaje: "Alma, amor en Cavancha", "Ay, Iquique", "Camanchaca", "Carnaval de La Husquina", "Cueca de San Lorenzo", "India Triste", "Meyenka", "Mañana me voy pa’l norte", "Tamboril en La Tirana", "Trote del burrito".
Una de sus obras importantes es "Navidad del desierto", trabajo con cuarenta niños y jóvenes basado en veintidós villancicos, para el que recuerda haber reunido a cantores de diversas comunidades. «Llegaron grupos de la precordillera, yo les decía las campesinas del desierto porque son las que siembran en las quebradas del norte, esas paisanas que andan con un atado de leña al hombro y no usan sombrero sino que una chupalla de paja —recordaba—. Después llegaron las cordilleranas, las aymarás, que crían llamas, siembran quínoa y preparan las papas y las secan, y aparecían los pampinos, los mineros».
La aludida política de «chilenizar» la región por medio de la música dejaba sus huellas. El huayno fue llamado trote, incorporado el cachimbo como danza tradicional, los "chinos" de Andacollo fueron llevados a la fiesta de La Tirana, establecida la cueca nortina y, mediante un decreto de 1912, fue sustituida la celebración de las fiestas patrias bolivianas por la de la Virgen del Carmen. La diablada, de origen orureño, fue incorporada a La Tirana en 1957, y el mismo rumbo siguieron danzas como los zambos caporales para acercar a los chilenos venidos del sur, hombres que en las fiestas del dieciocho de septiembre tocaban cuecas campesinas con valses peruanos e instrumentos de viento.
En este contexto, Albarracín fue categórico en señalar que él aportaba al desarrollo de la música pampina y no andina:
La música pampina está en el acordeón que llevaron los sureños, el arpa y la guitarra. La gente del interior también tenía sus costumbres, andaban con su zampoña, 'pusa' le llamaban allá, y con sus quenas, bailaban sus danzas típicas, mientras que el chileno iba a bailar cueca. En mis tiempos al ñato lo miraban en menos porque decían que era boliviano. Cuando empecé a cantar al pueblo de La Tirana no les gustaba que sacara las cosas de allá. (Otros) Decían que en el norte no había música y nadie hablaba del pampino ni de las salitreras. Yo empecé a traer la música de la cordillera, de los carnavales. Antes era el paria, y ahora hasta me dieron un premio y querían declararme un montón de cosas.
Esa cueca calichera
En efecto, según el propio músico refiere en el libro Folkloristas chilenos, de Nano Acevedo, fue a comienzos de los los años '50 cuando Calatambo Albarracín llegó a Santiago y empezó a divulgar en la capital ritmos e instrumentos nortinos como zampoñas, pusas, sikus, quenas, sikuris y lichiguayas, además de ganar mayores reconocimientos. Con su conjunto, Los Calicheros de Sierra Pampa, actuó en el Teatro Ópera, sede del histórico espectáculo nocturno "Bim Bam Bum", y grabó discos con cachimbos, trotes, cuecas y ritmos de La Tirana como parte de una carrera que incluye diversos escenarios y festivales folclóricos nacionales.
En noviembre de 1998, a los 70 años, en una gala en el Teatro Municipal, Calatambo Albarracín recibió el premio otorgado cada año por el Sindicato de Folkloristas y Guitarristas de Chile. Y su canción más popular es la cueca "Caliche", grabada además por el conjunto Cuncumén en su LP El folklore de Chile Vol. IX (1962), el cantante Ángel Parra en su disco Pisagua (1975), testimonio musical de su encarcelamiento político en 1974 o el charanguista Héctor Soto.
También según el Diccionario de voces del norte de Chile, de Bahamonde Silva, el caliche es el mineral del que se extrae el salitre, tal como la música de Calatambo Albarracín ha sido materia prima para el mayor conocimiento de la música pampina en Chile. Con su investidura de Figura Fundamental de la Música Chilena, se unió a personalidades que van desde Luis Aguirre Pinto y Francisco Flores del Campo, los primeros compositores en recibirla, hasta nombres de la canción popular como Palmenia Pizarro y Buddy Richard.
Fallecido en 2018, su centenario se celebró durante septiembre y octubre de 2024, y aunque no tuvo la repercusión debida, la figura, vida y obra de Calatambo Albarracín llegaron al espectáculo "Calatambo en la memoria". Fue desarrollado con un enfoque diverso, desde el canto coral, la música instrumental, el baile y la poesía, con el Coro Polifónico de Rancagua junto a la Orquesta Juvenil Latinoamericana de la CEAC en escenarios como el Teatro Municipal de La Pintana, la Iglesia San Francisco del Cerro Barón, en Valparaíso y el Teatro Regional Lucho Gatica de Rancagua.