Perrosky, caballos salvajes
La discografía de Perrosky ha sido muchas veces a dúo, pero añade esta vez un trabajo solista de Alejandro Gómez, a cargo de casi el total de tareas. El cantautor, guitarrista y productor ha facturado en pandemia un álbum firme y fresco, y en el que es inevitable aparezcan de algún modo las peculiaridades de nuestro año universal del encierro. Décadas de trabajo musical lo preceden. Uno de verdad es, entre otras cosas, manifiesto de resistencia: «Al final, lo que hay que aprender en la vida es a resolver problemas». Ninguno llegó a ser más grande que estas canciones.
Marisol García | 23 de octubre de 2020 Fotos: Aldo Benincasa
Cambio de siglo en Santiago de Chile, y un joven aún sin trayecto profesional evalúa abandonar los estudios que lo han traído de su natal Copiapó hasta la capital. Las clases de la Escuela Moderna de Música van hacia un lado pero sus improvisaciones en guitarra hacia un otro, en apariencia divergente. Es una coyuntura de conflicto; necesita un consejo. Y lo que diga Guillermo Rifo califica, comprensiblemente, de oracular.
«Él era mi profesor de composición, y siempre fue muy apoyador, interesado en los ejercicios que yo hacía. Cuando le plantié mis dudas sobre la carrera fue muy franco: "Mira, la Escuela no es para todos. Tú evidentemente compones súper bien, y lo que te falta lo puedes ir aprendiendo". Hasta hoy lo recuerdo porque eso me dio una nueva mentalidad».
Para entonces Alejandro Gómez ya cargaba con el apodo de Perrosky, pero de sus dotes musicales y sus muchas ansias de gestión tenía aún que dar pruebas públicas. Se anunciaron éstas con un primer cassette autoeditado de canciones acústicas y a baja fidelidad (Añejo, en 2001), se afirmaron luego con su labor de dos décadas en la voz y guitarra del cuarteto Guiso, y al fin lo han dotado en Perrosky de esa distintiva identidad creativa presagiada por el maestro Rifo. Más de una docena de discos después de esa conversación envalentonadora (solistas, a dúo —con su hermano Álvaro—, en grupo y/o con él en la producción), Gómez levanta en el nuevo Uno de verdad (2020, Algorecords) la obra segura de un autodidacta que ha hecho de su persistencia en la artesanía de la canción popular una marca sonora en sí misma.
Como si el camino fuese el resultado.
«A estas alturas, es verdad que ya no veo mi vida sin la música; creo que me muero si no pudiera hacer canciones», dirá en un momento quien en el nuevo tema "Caballo salvaje" canta sobre un niño «que no se quería educar», y que como un potro libre avanza y advierte: «No me van a domesticar».
Escucha.
Podrá consultarse en el futuro Uno de verdad como un disco «de pandemia». Su condición de grabación casera —voz, guitarra, piano, palmas— no intenta esconderse, al contrario: se escuchan el ruido-ambiente, voces de niños (los dos hijos del músico, de 9 y 2 años) y letras que aplican a un período de excepcional exigencia, personal y social:
«Hipnosis colectiva, radiotelevisiva: / todo es una mentira, / controla nuestras vidas», avanza como una marcha furiosa la enfática "Hipnosis colectiva", uno entre diecisiete títulos que de diferentes modos parecen unidos en un mismo mensaje de resistencia íntima y doméstica frente a un exterior amenazante y forzadamente consensuado: «Me dicen cómo sentir / […] me dicen cuándo lloramos / […] me dicen que nos queremos, pero también nos odiamos / aquí está todo torcido, y está todo establecido».
No son necesarios los alardes retóricos. La habilidad de Gómez en riffs y rasgueos —diferentes guitarras, eléctricas y acústicas, pasan por sus manos de canción en canción— contribuye suficientemente a esa firmeza, que es más fresca que sofisticada. Más se escucha que se piensa. Dos de las piezas ("Simple" y "Dale el sol"), cuenta, simplemente las soñó.
—De verdad creo que estamos manejados, y esto por lo que estamos pasando lo ha dejado más en evidencia. Nos creemos un montón de cuentos que son mentira, a todo nivel, y el desafío está en romper esa barrera y poder hacer lo que uno quiere. Algo tenemos que sacar en limpio de este año tan difícil, no sé qué será ni de qué vamos a ser capaces. Quizás lo único seguro es que no vamos a volver a lo mismo, y está bien que así sea: no podemos volver a lo mismo.
—Llevas veinte años trabajando a tu modo, y Uno de verdad a veces suena al orgullo de haber sabido hacerlo.
—Eso tiene que ver con muchos años de decisiones, de cosas que uno aprende leyendo o mirando. Pienso en las ideas de [el músico y escritor estadounidense] Ian Svenonius, en el documental Instrument, sobre Fugazi; en el libro El maestro y las magas, de Alejandro Jodorowsky… y todo lo que en algún momento te ayuda a cerrar proyectos, a persistir por tu cuenta. Al final, lo que hay que aprender en la vida es a resolver problemas. Mi hermano y yo hemos sorteado muchos, ya sea porque con el sello hemos puesto las fichas en una banda que luego se separa, o en discos excelentes con los que luego no ha pasado mucho. Pero hemos seguido, porque incluso las dificultades las volcamos a nuestra música.
Comenta el músico Leo Quinteros en un texto de presentación del disco:
«Ésta, como otras de Perrosky, no es una grabación quirúrgica, es una grabación realista, viva, con roce y superficie. Hay momentos, especialmente aquellos en que la guitarra se toma el disco, en que te saca de la ciudad y te lleva a otros lugares, al campo o al desierto […]. Perrosky es un guitarrista avanzado, dueño del blues y amigo de Atahualpa».
La referencia musical del sur de Estados Unidos no es sorpresa en la discografía de Perrosky, que incluso hace doce años la hizo explícita en el estupendo Doblando al español, su único disco de versiones: grandes canciones (traducidas) de soul, rocanrol y R&B exponían allí las incesantes ideas que los hermanos Gómez han tomado del sonido birracial nacido en torno al delta del Misisipi, trabajado a su modo en grabaciones de intensidad eléctrica variable y apego innegable al habla popular, la tradición chilena (y argentina, y mexicana); la calle, en definitiva.
—¿Te acomoda si se habla de lo que haces como «folclor urbano»?
—Cuando chico vi esa película Encrucijada, con el actor de Karate Kid, ¿la conoces? (Crossroads, 1986). Se trata de un cabro que busca la canción número 33 de Robert Johnson, que legó 32 grabaciones. Y me hizo tenerle mucho respeto a esa historia, a la figura de Johnson, aunque entonces yo tenía 16 años o algo así y no conocía casi nada de blues. Pero al folclor siempre lo he mirado hacia arriba, como algo intocable, quizás porque mi abuelo, que era un erudito de la música y la técnica, tuvo en Rancagua un conjunto folclórico que él se tomaba muy en serio (Los Pertigueros de Guaglen). Mucho más tarde vine a vincularlo con mis gustos en música, a atreverme con afinaciones, por ejemplo, y a hacer algo así como mi propia versión del blues: escuchando y copiando.
—El gusto por la música tradicional te puede dejar atrapado en la trampa de hacer solo ejercicios de estilo.
—Supongo que sí, pero la verdad es que es algo a lo que no le doy mucha importancia. De pronto te pones a componer y te sale algo que se parece a otra cosa, por supuesto, pero la gracia es darle una vuelta que la haga tuya. Al final, los Ramones hacían puras canciones iguales, ¿no?
Gómez piensa unos segundos más. Precisa luego su respuesta:
—Es que creo que al final la música… no es de nadie. Si quieres ser novedoso tienes que conocer el pasado; yo soy muy de investigar, de leer libros de músicos, de mirar los agradecimientos de los discos, de comprar discos por la carátula: cosas así. Y no es que todo me guste, en lo absoluto; por ejemplo, intento que me guste la bossanova y no hay caso. O la bachata [sonríe]. Pero hay otras cosas en las que me siento cómodo, no soy nada prejuicioso.
—Sorprende tu homenaje a Juan Capra, un músico chileno que cruza muchas historias de la Nueva Canción Chilena pero que apenas es recordado. Además, es un tema a puro piano, sin letras…
—Su historia me conmueve mucho. Fue alguien sobre todo reconocido como pintor, pero sus discos hechos en Europa son hermosos. Y su final, de regreso a Chile, torturado por los militares, en la indigencia… me da mucha pena. Y me da rabia, reencontrarme con la típica historia de un chileno bacán que no es reconocido en vida. He hecho dos canciones sobre él, una todavía no la grabo… en esta instrumental que quedó en el disco trato de que no quede su drama, sino que su luz.
Dotado de varias buenas ideas en arreglos y sonido, Uno de verdad evidencia también el talento de Alejandro Gómez como productor, tarea autodidacta a la que comenzó a jugar en la adolescencia, incluso antes de componer sus propias canciones: «Mi papá nos regaló una portaestudio a mí y a mi hermano, y yo puro quería llegar del colegio a grabar cualquier cosa: los pajaritos, ruidos de la calle… O hacía experimentos dando vuelta cintas», recuerda.
El trabajo junto a Guiso lo afirmó luego en esa tarea, profesionalizada, ampliada y sostenida hasta hoy con la gestión del sello Algorecords, que desde 2002 ha permitido la circulación de más de medio centenar de discos (Guiso, Ganjas, Yajaira, La BIG Rabia, The Versions y más). Alejandro Gómez está en los créditos de producción de publicaciones relevantes del último par de décadas en Chile, de Cabrón de jungla (2006), de Tío Lucho, a One, two, tres, cuatro (2013), de Mauricio Redolés; de Arauco cajún (2012), de Matías Cena y Los Fictions; o las recientes publicaciones, de Chino Santana, entre una extensa lista. Persiste hasta hoy en alternar el trabajo con cintas análogas y digitales, en parte para que lo que prime sea el sonido, y no el despliegue visual de infinitas opciones técnicas, describe.
La cita de 2010 de Perrosky en Nueva York junto a Jon Spencer (productor oficial de su disco Tostado) fue todo lo reveladora que él y su hermano Álvaro esperaban:
—Me dio vuelta todo lo que hasta entonces entendía por grabar, en cuanto a método, a permitirse en estudio arreglos, juegos, quizás no tan puristas, sino que fluyan con la energía de la canción. Obviamente, grabar se trata de optimizar el tiempo pero también de otorgarle frescura a la canción; en voces, en instrumentos, palmas… lo que sea registre una determinada energía. Luego he aplicado esas lecciones muchas veces.
—¿Qué estimas determina una buena producción?
—Saber trabajar con las herramientas que uno tiene. En mi caso, trabajar con cintas me gusta mucho; de ahí mi apego a bandas como Subsonics, que es pura cinta. Dejar lo más del momento posible. No le tengo miedo a las pifias, al contrario. Me parece mucho más importante captar al artista en su mejor momento, sin demorarse tanto, sin pensarlo todo, aplicando la intuición. Una vez un profesor nos dijo: piensen en cuál es la diferencia entre un músico y alguien que escucha sin ser músico. Quizás a los dos los emociona una misma canción, pero el músico ve la música. Producir se parece a eso: a escuchar mientras visualizas los instrumentos, los arreglos, las ideas que vas a trabajar… pero a la vez concentrándose en el sonido, que a estas alturas de la tecnología es un desafío.
•Perrosky – Uno de verdad
(2020, Algorecords)
Alejandro Gómez: voz, guitarras, piano y teclado.
Colaboran: Ismael Palma (piano y wurlitzer en “Simple”), Marcia Benítez (coros y palmas en “Todo establecido”), Lucas y Luna Gómez (voces y palmas).
*Todos los temas compuestos y producidos por Alejandro Gómez ("El cóndor Capra" es una adaptación de "El cóndor pasa", de Daniel Alomía Robles; "DomDom" toma un sampler de "Help", de Herb Johnson and the Premiers).
www.instagram.com/losperrosky/