Los tiempos del corazón
Tradición y geografía sudamericanas los levanta musicalmente Carmen Lienqueo desde un coraje autobiográfico dispuesto en canciones remecedoras. Canto para siempre, el primer disco solista de la voz de Mákina Kandela, presenta una atrevida relectura de un folclor que acoge los ruidos, énfasis y vuelos del presente. La observación y la escucha la formaron como cantora, cuenta ella; aunque cantora atípica, habría que precisar: «Me encantan la música experimental, el ruidismo, las búsquedas en donde la música tiene silencios, texturas, contexto. Creo que porque no he estudiado música, no estoy atada a una ortodoxia… y hay un montón de prejuicios que no tengo».
Marisol García | 18 de diciembre de 2019 Fotos: Marisol García
En el largo y sinuoso camino hacia Canto para siempre, Carmen Lienqueo aprendió que en las sociedades creativas se encuentran los contextos e historias de sus muchos componentes, y que cada uno defiende desde su lugar para que quien canta se exprese con énfasis.
«Para ganarles a los instrumentos, ¡hay que cantar fuerte!», decreta ella como máxima y advertencia. Su primer disco solista sugiere que así lo cumple y expande.
Del swing que cuenta que atisbó en sus años escolares entre las batucadas callejeras de la comuna de San Ramón hasta las colaboraciones que con Juana Fe, El Bloque Depresivo, Akinetón Retard, Max Berrú y Camila Vaccaro han ido llenando su inquietud musical, la formación de Carmen Lienqueo ha sido un desarrollo autodidacta de asociaciones privilegiadas y pies firmes sobre (y bajo) la tierra sudamericana.
En sus viajes por Sudamérica, la convivencia con cantoras y comunidades de ascendencia africana le enseñaron a la cantante, compositora y percusionista chilena la lección capital de «al fin entender qué pasa cuando lo negro y lo indio se juntan».
«El flow de la palabra con los tambores es para mí la gran lección del folclor latinoamericano —resume—. En Perú descubrí el encanto del verso junto al golpe del tambor. Luego en Colombia sumé la seducción de la danza, y descubrí que palabra, movimiento y música están en un mismo combo, en un romance infinito. Ahí me fui a la mierda, ja, porque cuando viajo no dejo el cuerpo en Chile: lo llevo conmigo. Y todo lo internalizo».
Así, expresión vehemente, pulso mestizo y desprejuicio intuitivo le han ido dando a la música de Carmen Lienqueo un cauce valeroso, de hondo encuentro entre lo tradicional, el viaje acumulado con sus socios musicales (incluyendo su experiencia de ya una década junto al grupo Makina Kandela) y la exigencia de su presente.
Canto para siempre es a la vez el añadido y la depuración de todo ese aprendizaje. Es un disco que evidencia el inicio de un ciclo en sonido y contenidos, y que en varios versos y momentos vuelve sobre la fuerza que da el cerrar viejas creencias y reconocerse en algo nuevo ajustado a la propia esencia.
«Los tiempos del corazón no son los mismos del sistema», nos recuerda en la canción que le da título al disco. Y luego refuerza: «… ahora comprendo por qué necesito volver a la tierra / remover el suelo / sacar los escombros / limpiar la maleza / agüita fresca de la lluvia más helada para despertar».
Es un manifiesto autobiográfico poderoso que quien escucha puede no llegar a comprender por completo, pero que sí permite al menos asomarse a la renovación profunda que ha supuesto este trabajo para su autora: «Cuando se desgarra el corazón se compone cantando», canta y certifica Carmen Lienqueo:
—Creo que se cumplió lo de hacer un disco súper propio, en el que se nota que la que canta soy yo —dice con tranquilidad satisfecha la cantautora en conversación en Valparaíso, la ciudad que la acoge como residente junto a sus dos hijos desde este año—. A lo mejor es muy narcisista esto que te digo, pero vuelvo a mi casa, me escucho, y me emociono porque reconozco mis ideas, y de verdad el sentimiento es el actual. Lo veo como el disco de mi emancipación.
—¿Te empancipas de qué, exactamente?
—De todo: de mí como compositora. De las peleas que tuve que dar para que tomaran en serio mis ideas, porque para que se respete tu criterio aquí hay que pelear. De los ritmos del mercado. De Santiago, de donde tuve que partir porque la lógica económica ahí me aplastó. Hasta de mis hijos, en el sentido de la exigencia que por tanto tiempo tuvo la crianza.
—No es un disco autorreferente, sin embargo.
—Diría más bien que es un tributo a mi historia, en el sentido de haber llegado a estas composiciones luego de conocer y comprender todo un mochilón de dolores femeninos en mi biografía, a los que antes no estuve atenta por ignorancia y porque la vida me tenía ocupada en otras cosas.
Nacida en Santiago, con estudios incompletos de Derecho como un inesperado recuerdo en su trayectoria, Carmen Lienqueo levantó las seis canciones de Canto para siempre luego de un proceso de inmersión en su propio linaje que la llevó hasta ancestros pehuenches argentinos y una bisabuela cantora de la que vino a saber hace poco, en su adultez, llevándola a escucharse a sí misma y atar cabos biográficos que nunca hasta ahora comprendió.
La descripción de esa búsqueda vuelve en varios versos y canciones, como los de "Carahue":
… los cantares me trajeron
de regreso a este lugar.
[…] Por qué no dejo de pensar
le pregunto a mis abuelos
por las gracias de mis muertos
busco bajo de las piedras
pero nadie te recuerda.
Olvidos y descubrimientos, entierros y revelaciones aparecen en un disco de referencias permanentes al paisaje y el contacto del cuerpo y la propia historia con él. Al vendaval se le habla de tú a tú en "Viento", por ejemplo, y en "Humanas maquinarias" aparece el desgarro desolado ante las fuerzas que «han desvanecido los cerros y profanan a mis muertos / Con humanas maquinarias / vuelve el bosque un desierto». Es mirada directa y es grito de hastío:
«Creo que es una responsabilidad apropiarse de un micrófono, y que la música vaya acompañada de un discurso en el que un hombre o una mujer digan lo que necesitan. Deberíamos estar comprometidos con los acontecimientos, con lo que pasa».
Canto para siempre es un disco de, en palabras de su autora, cuidadas decisiones estéticas, «de atmósferas, de frío y calor, que creo que hasta a un ciego podría hacerle evocar cosas». Los sonidos percutivos constantes de los músicos chilenos y colombianos invitados a la grabación se ajustan naturalmente a las programaciones de Pintocabezas que con un atrevimiento no impositivo acogen la voz de Carmen. Es un sonido de tierra y electrónica novedoso para las exploraciones que hasta ahora ha hecho el canto chileno de raíz (basta ver la ilustración de Delia Iglesias en la carátula), que permite comenzar a pensar en una nueva senda para la canción chilena de tradición y presente, y que además consigue afirmar el carácter personal de su autora.
—No sé si puedo calificarme en verdad como una cantora en el sentido tradicional, porque… me junto con gente muy loca —dice ella, y ríe—. Me encantan la música experimental, el ruidismo, las búsquedas, en donde la música tiene silencios, texturas, contexto. Creo que porque no he estudiado música, no estoy atada a una ortodoxia… y hay un montón de prejuicios que no tengo.
Para ella y su productor, dice, fue importante la defensa de una mirada estética arriesgada, incluso por fuera de los consejos que hubiesen llevado a mayor adaptabilidad radial. «Pintamos un paisaje súper bonito en el que avanzamos hasta el final», asegura.
—Al momento de la mezcla, la opinión que recibimos del ingeniero a cargo, con la mejor onda, fue: «Hay demasiadas pistas. Es música muy bella, pero puedes hacer que la llegue a escuchar más gente, que de verdad pegue, si limpias un poco».
—¿Y cuál fue tu respuesta?
—Que era como si a un hijito mío me pidieran que le corte un brazo: no, no más [sonríe]. Yo estoy tranquila en que el disco tiene los detalles que tiene que tener porque fueron intencionales, y con la disposición, mía y del Rodrigo, de defender con todo esa opción artística. Este es un disco al servicio de la música y el arte en todo momento. Quiero que sea masivo, porque me lo merezco, porque está bonito, porque hemos trabajado y porque mis colegas me han enseñado que las cosas hay que hacerlas con excelencia, y en cada cosa que yo participe quiero estar chocha, y lo estoy. Pero ahora es más… personal.
—¿Es la opción personal del autor la prioridad en la canción, crees?
—Soy una convencida de que los procesos artísticos no tienen que ser condicionados por el mercado. Pero no es la tendencia, parece: hoy el mercado se ha vuelto hasta un filtro. He tenido esta conversación con colegas. Me dicen: «¿Pero cómo vas a lanzar un disco en enero? ¡Nadie lanza un disco en enero!». Y, sí, quizás, pero yo no estoy tan cuadrada con los calendarios del mercado como tú, comadre. Son canciones que marcan un período de dos años que ya quiero cerrar, porque hoy estoy en otro lugar.
—Has elegido un campo de parcial trabajo con la música tradicional, pero desafiándolo con sonoridades más nuevas. Te enfrentas, precisamente, a una cultura estricta.
—… y muy machista. ¡Si te contara...! Pero tengo una libertad que yo defiendo, porque lo más importante siempre para mí es que la música fluya. Y ya estoy en un camino tan difícil, que no voy a perder la ilusión, ¿entiendes? Y menos ahora después del estallido, donde esta inestabilidad que estamos viviendo, con pegas que se te caen, pensando en otras formas de hacer economía… Bueno, pero sin miedo, pues es algo que yo conozco bien ya hace quince años. Entonces: ¡vamos por ancho camino...!
La sonrisa al cierre de Carmen Lienqueo es la de la creación que se vive como conquista.
•Carmen Lienqueo – Canto para siempre
(2020, La Viseca Records)
Carmen Lienqueo: voz y autoría de todas las canciones.
Músicos invitados: Rodrigo Pinto Cabezas (guitarras, programación, efectos y aparatos, voces, bajo eléctrico), Luis Barrueto (batería y percusiones latinas), Pablo Rogers (violín), Owen Chamorro (gaitas y maracones), Gina De la Hoz (tambora colombiana) y Christian Urrutia (tambor alegre).
Producción: Rodrigo Pinto (Pintocabezas). Mezcla: Rodrigo Pinto y Gonzalo Chalo González.
Presentación oficial:
17 de enero, 20:00 h.
Auditorio del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos (Matucana 501, Santiago)