Ernesto Holman: «Veo que estamos como en un travestismo cultural»
Busca desarrollar música «de conexión con la tierra», y su nuevo disco, De raíz, es fruto de esa indagación, influenciada por más de una década de estudio y acercamiento al mundo mapuche.
Por Marisol García | 31 de julio de 2016 Fotos: Martín Fuentes (colectivo Shekeré).
Transcurre la ceremonia de la segunda edición de los premios Pulsar, y Ernesto Holman sube a solas al escenario del Teatro Teletón para anunciar al ganador en la categoría «Difusión de la música de pueblos originarios». El bajista y compositor saluda a los presentes, agradece la invitación y, antes de cumplir con el cometido que se le ha asignado, estima conveniente «aprovechar esta ocasión para pasar un avisito».
Entonces con relajo —manos en la espalda, nada escrito que leer—, dice:
Chile está pasando por procesos de todo tipo: políticos, religiosos incluso. Voy a repetir un aforismo que escuché de la cultura mapuche: «Nadie sabe para dónde va si primero no sabe de dónde viene». Tengo esta posibilidad de decirlo hoy día acá, y entonces aprovecho de incitar a que escuchemos los latidos de nuestra tierra, porque ésa es la base de nuestro futuro. La copia no nos sirve. Está bonita, la hacemos muy bien, pero no nos hace crecer. Lo originario es lo mejor.
Antes de que termine el «avisito», sus palabras ya suenan entre aplausos. Y el músico se encoge de hombros, recuerda de pronto la tarjeta en sus manos y procede:
—Bueno. No queda nada más que presentar a los nominados…
Disruptivo, quizás, mas no inesperado. Para Ernesto Holman asuntos como nuestra cultura originaria y el conocimiento profundo del pasado como vía de interpretación del presente no son inquietudes súbitas ni de las que quiera de pronto hacer alarde en una transmisión televisiva. Laten hace al menos dos décadas en su labor diaria, en sus grabaciones, sus conciertos y en las clases que a veces imparte como profesor. Aparecen hace tiempo en sus entrevistas y, también, en De raíz, el disco más reciente trabajado por el Ernesto Holman Etnojazz Trio (con Gustavo Cerqueiras en piano y Josué Villalobos en batería), presentado en concierto en abril pasado, y cuyas ocho piezas instrumentales encauzan años de investigación en torno a la cultura mapuche y los ritmos vernáculos.
Es un particular puente entre lo eléctrico y lo ancestral, que si se hace asombrosamente familiar al oído es porque transmite un mensaje de identidad reconociblemente chilena, apegada a nuestra geografía y su paisaje. De acuerdo al título, y a una personal causa que explicará en esta entrevista, Holman cree que De raíz presenta «ritmos que conectan con la tierra»:
—Originalmente fuimos hechos para sintonizarnos con la tierra, pero por supuesto que no estamos ni podemos estarlo con la vida que llevamos hoy en la ciudad. El único modo de lograr esa conexión es a través de la danza, la música y el rito. Busco que mi música alimente eso de alguna forma.
Hay discos que distraen y otros que inspiran. Ernesto Holman confía en que el suyo pueda ser un disco que nutra.
Contra nada
La inquietud por lo ancestral y su vínculo con la música ya era patente en Ñamco (2003), un disco con el que Holman —bajista eléctrico desde los años setenta, con una inicial formación docta junto a maestros como Cirilo Vila— dice haber recuperado la energía perdida tras años de colaboraciones e indagaciones en torno a la fusión y el jazz , «hasta que me di cuenta que el jazz no es lo mío, y entonces vino un largo período de sequía y de búsqueda», sintetiza ahora de lo que fue un largo período que incluso lo llevó a mudarse un tiempo a Estados Unidos.
El tema volvió a aparecer en Al vuelo del ñamco (2005) y en Mari tripantu (2008), trabajos en los que el músico consiguió afianzar una concepción del mundo ampliada gracias a las enseñanzas aprendidas junto a la comunidad mapuche Kallfulikán, a la que hasta hoy pertenece. Fueron, también, discos que lo afirmaron como compositor, en una interesante búsqueda sonora de total libertad, luego de décadas de haber destacado más bien como ejecutante, en el trabajo junto a grupos como Congreso, New Jazz Trio, La Hebra y Nexus.
—Hablas de tu música como si estuviese supeditada a un mensaje mayor; como si trabajases al servicio de una causa.
—Sí, y es un proceso lento, cuesta mucho entenderlo. Pero ya es un camino irreversible para mí: es mi vida. No es que yo a través de esta música trabaje en contra de otra cosa. No estoy contra el reggaetón ni contra el pop ni contra nada. Simplemente digo: «Permiso, déjenme pasar para poner lo mío. Acá está, y elija usted». Y eso sí que me lo tomo muy en serio. Pero si yo trato de eliminar algo me convierto en un fascista, y Chile está lleno de fascistas.
—¿Acaso no existen hoy en Chile géneros musicales injustamente privilegiados en su difusión?
—Me da lo mismo, me da lo mismo. ¡Ése no es mi problema! Yo respondo por lo mío. El tiempo me ha hecho aprender. Recuerdo lo que una vez le escuché a un lonko mapuche sobre [el historiador] Sergio Villalobos. Alguien decía: «A este tipo hay que sacarlo, no puede despreciarnos así…». Y el lonko respondió: «No, pues. Él está ahí para que tú te fortalezcas como mapuche. Si tú lo eliminas no creces». Entonces yo ahora uso los contrarios a mi favor [sonríe]. Jamás voy a pensar que es bueno para mí que a otro músico le vaya mal. ¿Cuesta? Cuesta. La tendencia es que el ego te diga: «Lo tuyo vale más, cómo va a ser que este otro te aventaje». Y al ego lo maneja la mente, entonces tienes que aprender a controlarla.
—Pero es el ego el que también puede dirigir un estilo diferenciado, y el rigor sobre lo que se hace.
—Ego tenemos todos. Yo también quiero que lo que hago guste, que lo pasemos bien, que la gente se prenda. Y la música que hago, para mí es sagrada: me la tomo totalmente en serio. Vieras los ensayos… Pero esa cosa de miren qué capo que soy… ¡No! ¡No me interesa!
Ese largo camino de búsqueda espiritual y creativa ha sido para Holman un trayecto ascendente, nutrido por lecturas, encuentros y asombrosas visiones místicas en el patio de su casa en El Arrayán. Una cosa ha ido llevando a la otra:
—No es azar, acá hay una programación —reflexiona sobre su propia experiencia espiritual, de la que habla sin reservas y que podría uno escuchar durante días—. En Congreso tocábamos un tema llamado “Hijo del diluvio”, de Joe Vasconcellos y Tilo González, y yo en esos años no sabía por qué me gustaba tanto ni por qué cuando lo tocaba me prendía y me iluminaba. Por muchos años yo era ignorante de la cultura mapuche, tenía un conocimiento como de escuela primaria, nada más. Luego vine yo a saber que esa canción estaba compuesta en ritmo choike purrún. Ahí tienes: hay procesos inconscientes.
Hueveo y nación
—Desde que publicaste Ñamco, es frecuente leer que eres alguien que hace música mapuche. Sin embargo, tú mismo has dicho que la música mapuche no existe.
—Claro. De hecho, en el mapudungún no existe una palabra para «música». Sé que todos conocemos la pifilca, el kultrún, la trutruca… pero no son instrumentos musicales: son instrumentos para el rito. El mapuche lleva la música dentro. Está en la Naturaleza. No tiene que «hacerla», tal como lo entendemos nosotros.
—¿Cómo es que has incorporado esa visión a tu música, entonces?
—Me doy cuenta que no somos indiferentes a las frecuencias, las resonancias: están en la tierra. Para mí los dos ritmos chilenos más importantes son la cueca y el choike purrún mapuche; ambos, ritmos ternarios. El primero es aire y el segundo es tierra. Son ritmos hermanos, el uso de los dos es unir el cielo y la tierra. Por eso cuando los escuchas se te hacen familiares.
—Te escuché decir en una entrevista que la cueca es el principal obstáculo para el desarrollo musical en Chile.
—Claro, y no lo digo como un juicio condenatorio sino que como un diagnóstico. Lo veo del siguiente modo: la cueca no tiene bajos. Es una frecuencia de aquí p’arriba —dice mientras sube su mano de la cintura a la cabeza—. ¿Y qué pasa con eso? Yo digo que hemos creado una generación de anos apretados. Si alguien te pide: «Ya, báilate una cueca», uno responde: «No, es que no he hecho el curso». No bailamos cueca porque no sabemos cómo, y entonces aparece un reemplazo: la cumbia. Ahí no hay curso necesario, te mueves como te sale.
La tesis de Holman es amplia y bordea lo etílico:
—La piscola apareció en algún momento como el nuevo trago nacional, porque no siempre estuvo. El aguardiente, el vino, el pipeño… producían otros efectos. Si el vino te hace ponerte enamorado, pillo, ladino, la piscola te pone bueno pa’l hueveo. Y eso ha hecho que en Chile todo sea hueveo: el trencito en el matrimonio, la celebración de fútbol en Plaza Italia, las protestas… ¡todo es hueveo! No hay ritualidad. La otra vez vi algo en televisión que me dio mucha pena: habían llevado a la [remozada Orquesta] Huambaly al matinal de Megavisión, y los animadores partieron bailando pero terminaron hueveando con todo tipo de piruetas y gestos ridículos mientras los músicos tocaban sus canciones que son impecables. Yo lo veía y me parecía una total falta de respeto.
—¿Qué tiene que ver todo esto con la música que haces?
—Bueno, aunque el bajo eléctrico emite una vibración que es artificial, porque ningún sonido de la naturaleza tiene esas vibraciones, produce un sonido rico, telúrico, que te conecta con la tierra. Hace que te vibre el plexus. Esa conexión es la que busco. Los músicos chilenos debiéramos alinear a la gente con la tierra. La música es vehículo de una fuerza vibracional que tiene incluso más efecto que la palabra.
Educación e identidad
«El hombre es la especie más demencial de todas: adora a un Dios invisible y masacra a la Naturaleza tan visible… sin darse cuenta de que esa Naturaleza que masacra es ese Dios invisible que adora».
La frase del astrofísico canadiense Hubert Reeves entusiasma a Holman como una verdad crucial. Tierra, divinidad y ritos son ejes sobre los que reflexiona constantemente, y que ha conseguido interpretar como músico y creador.
«La religión católica no considera a la tierra como un ser vivo. Pero la Tierra es Dios. Yo a través de una hojita puedo llegar al corazón de Dios, directamente. Somos una parte de un total, en el que está todo interconectado. Por eso yo estoy convencido de que a mi tierra le debo todos los ritos, todo el amor, el cuidado, porque en tu relación con la tierra estás amando a Dios. Y las religiones establecidas consideran eso paganismo», lamenta.
Su charla puede adentrarse en derroteros inesperados, místicos e inabarcables, pero también en asuntos tan pedestres como la frustración por el tipo de educación que hoy se imparte en el país, en cuya deuda con saberes amplios Holman incluye también a las facultades de arte y escuelas de música:
—¿Dónde están las propuestas de país? ¿Por qué esa indagación no es prioridad para la Universidad de-Chi-le? —dice mientras recalca el nombre de la mayor institución nacional de educación pública—. Y ahí están: pegadas con lo europeo, copiando a la pata, ocupados en música contemporánea…
—Es parte de una discusión educacional que no hemos tenido, más allá de la reforma en marcha.
—¿Cuál es la educación de calidad? Todavía nisiquiera lo hemos debatido. El sistema de educación chileno hoy vale hongo. No solamente no sirve, sino que es necio y estúpido…, con todo cariño y respeto. Siguen con un sistema más o menos igual al que había cuando yo era chico, siendo que hoy los niños tienen encima una cantidad de información que ni se compara a la que manejábamos entonces. Y el problema de no revisarnos ni conocernos, y estar respondiendo a cánones franceses, alemanes, gringos… (ahí tienes la preocupación que de pronto les vino hace poco con los finlandeses) es que luego no tenemos las herramientas para defender lo que somos, conocer nuestras raíces y decir con claridad: «El chileno es así». Sabemos sobre dioses griegos y nada de mitología mapuche. Yo lo veo como que estamos en un travestismo cultural.
—¿En el sentido de no asumirnos, de mostrar algo diferente a lo que somos?
—… en el sentido de desarrollar rasgos que no son los esenciales. Nuestra característica como cultura es el ritmo ternario, pero la influencia del Hemisferio Norte nos ha exacerbado el cultivo de lo binario, que no debiese ser más que un complemento. Por eso la cultura mapuche ha pasado a ser tan importante para mí; ellos cumplen un rol planetario. Cuando Gastón Soublette se pregunta: ¿y qué cosa en realidad era la que los mapuches defendieron por tres siglos? ¿Sólo tierra? No puede ser. Y él llega a la conclusión de que lo que defienden era el paraíso. Es la tierra espiritual, no material ni comercial. Y si todos nosotros somos raíz del árbol del planeta tú tienes que defender que ese planeta no se muera. Somos raíz. Tenemos que asumirlo y entender ese concepto.
Hay algo extramusical que en la búsqueda espiritual y creativa de Ernesto Holman se hace evidente: una particular energía, y no sólo en la búsqueda, sino también en el hacer cotidiano. Cuando dice «estoy tratando de hacer cosas», puede estarse refiriendo a uno de sus cinco proyectos musicales en marcha. Además del trabajo junto al Etnojazz Trío, pueden tocarle presentaciones en vivo y ensayos junto al Ñamco Trío (bajo, percusión y sintetizadores), el Pasto Seco Trío (batería, saxo tenor y bajo), el trío de bajistas formado junto a Cristián Galvez y Jorge Campos, o el proyecto musical con poesía mapuche que desarrolla junto a a Felipe Alarcón en guitarrón chileno.
—La música no cansa, al contrario: te recrea, te refresca —asegura, y quizás él mismo sea prueba concreta de aquello—. Lo que cansa son otras cosas: que ahora tengo que ir al banco, por ejemplo. Pero aburrirme, imposible. Cuando uno toma la vida como una enseñanza, como una oportunidad, puedes andar pletórico de energía.