Marisol García
En Facebook, el grupo "Fans de Manolo Lágrima Alfaro" describe así a su inspirador tocopillano: «Bohemio y bacán: un romántico underground. Tan guachaca que no lo invitan a las cumbres guachacas, y tan cebolla que no lo invitan a los festivales cebolla».
Se trata de una descripción precisa, alimentada por un trabajo en vivo permanente, y un fervor acotado aunque sincero, del cual no parecen enterarse radios ni promotores de conciertos.
Lágrimas de preso
Los hermanos Manuel y Walter Alfaro cantaban en bares durante su juventud porque desde pequeños eran amantes de los boleros de cantina. Aunque su hermano no siguió en la música, Manolo Alfaro —un admirador de los intérpretes Luis Alberto Martínez, Lucho Barrios, Jorge Farías y Ramón Aguilera— pensaba que a la larga podía encontrar ahí un camino profesional, aunque por mientras se ganaba la vida como vendedor ambulante, en encargos para Soquimich y cuidando ovejas en una planta experimental que Corfo mantenía en la Pampa del Tamarugal.
Confiaba sin embargo en su repertorio de aficionado, consistente sobre todo de adaptaciones de boleros ecuatorianos y valses peruanos, y más adelante de dramáticas crónicas de esfuerzo proletario, quiebres familiares y penas alcoholizadas. Incluso antes de poder grabarlas, su audiencia lo identificaba con canciones como "Papito toca la puerta", "El bazar de los juguetes", "Qué pasará, papá" y "Salva a mi hijo". Ganó por esos años un festival en Arica, cantando en representación de Pozo Almonte una traducción al castellano del "Delilah" de Tom Jones.
Junto al bolerista ariqueño Melvin Corazón Américo, hacia 1995 Manolo Alfaro comenzó a cantar en ferias libres, donde no tardó en poder vender sus grabaciones autogestionadas, la primera de las cuales pagó con 150 mil pesos de su bolsillo. Así impuso como éxito el relato de "Mamita querida", cumbre de algo así como un subgénero de la canción cebolla asociable a los más llorosos testimonios carcelarios:
«Llegó el domingo, día de visita / en vez de mi madre, mi hermanita llegó / Vestida de negro mi pobre hermanita / llorando me dijo: 'Mamita murió'».
Es un tema de autor tocopillano desconocido que ha tocado varias veces en vivo frente a los presos, seguido de canciones como "Calabozo de mis penas" o "En la cárcel no hay amigos". El propio Alfaro argumenta que nadie está libre de caer en prisión, y que por eso siente orgullo de ser el regalón de los hombres tras las rejas. Fue, además, la canción que lo convenció de mudarse a Santiago y creerse un cantor profesional.
Por eso Alfaro dice que para él la música fue cosa de adulto, largada en serio «a los treintitantos» y ordenada por propia decisión en un trabajo «de hormiga, sin apuro». Así fue bajando ciudad por ciudad desde el norte hasta llegar a la capital en 1986 con tan sólo su contacto con el sello Atenas y las grabaciones de su primer cassette. Era un tiempo con tres monarcas populares, recuerda, y enumera: «Zalo Reyes, Pachuco y Miguelo. Ahí estaban, y pensaban que ese tiempo de gloria no se iba a terminar». Los contactos de trabajo para los músicos se hacían en la Plaza de Armas, a donde martes y jueves se aparecían empresarios buscando en persona cantantes e instrumentistas, años luz antes de los envíos a distancia y la música digitalizada.
«Nunca tuve representante. Me las arreglé solo. Pero las cosas se me fueron dando muy bien, porque ya traía un cartel desde el norte. Como las primeras cosas se vendían como pan caliente, me empezaron a pedir más canciones», cuenta Alfaro, quien hoy acumula unas cuatrocientas grabaciones a su nombre para sellos como Carrero, Atenas, Cass y OM. Son boleros, casi todas. O boleros cebolla, como no tiene complejo en describirlas:
«Ahí está la clave. A la gente le gusta el sufrimiento. Yo no le canto el amor, le canto más al dolor, al llanto. Y para eso es cosa de tener calle. Lo que yo canto, lo siento. Sé lo que gusta, pruebo cosas nuevas en los conciertos, y si una canción hace llorar de seguro va a ser un éxito».
Actualizado el 15 de marzo de 2020