Aunque el primer libro escrito y publicado por la destacada cantautora chilena Ana Tijoux se presenta como una autobiografía, es más bien el recuento de recuerdos personales significativos para la autora, y no un estricto recorrido cronológico por su trayectoria vital y profesional. Tal como dice la contraportada, se trata de «un trabajo de memoria e introspección en donde indaga en la configuración de su identidad, permeada por distintos países y tradiciones», y en él las menciones a su trabajo en la música y los hitos de su discografìa son menciones breves y, a veces, omitidas.

Los escritos de Tijoux abordan en este caso temas tales como sus vínculos afectivos, su interés en el rap, su maternidad y su experiencia como hija del exilio. Anota en ella en un extracto del inicio:

Nací hablando francés. Mis padres, más que contestarme en castellano, me fueron hablando chileno. Era para mí un idioma lleno de ángulos y de significados. Sus finales agudos me parecían colibrís revoltosos bailando la alegre esquizofrenia, mientras el balanceo de sus alargues silábicos, una fórmula de gravedad imperante. […] El idioma chileno me enseñó a rapear, llenó de musicalidad y estilo mis frases y logró de una forma impensable construir mi propia materialidad. Hizo fórmulas de metáforas callejeras, formas de coquetería natural al solo hablar. Chile es ese lugar extraño donde cobijo la extrañez, tan solitario como maltratador, donde me siento fuera de encuadre. Me tocó, como a muchos, como a todos los exiliados, conocer mi país por la lengua, por sus formas tan amables y a la vez despectivas de relacionarse con los otros.